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jueves, 9 de abril de 2015

¿Por Qué Al Primer Amor Se Le Quiere Más? El Amor Y Sus Dejavus

Hasta aquel septiembre de hace ya algunos años, la palabra amor la habías escuchado en boca de muchos, la habías leído en los libros y la habías visto en las películas. Incluso puede que si te preguntasen hubieses sabido definirla con palabras, pero no sabías ni por asomo que se tratase de aquello que, de pronto, te había inundado por completo. Cuando te enamoraste por primera vez, aquella tarde que nunca olvidarás, esas cuatro letras se quedaron de pronto muy cortas ante todo lo que sentías. Y esa primera vez, esa primera historia de amor, se quedó como un sello imborrable que marcó un antes y un después en tu existencia.

Nada pudo acabar con ello, con esa imagen perfecta que sigue en tu cabeza de ese primer amor. No acabaron con ella vuestras discusiones, ni las diferencias que teníais ni el desengaño. Por muy roto que quedase tu corazón después de aquel golpe, el menos esperado de todos, el más difícil de olvidar, sigues idealizando ese beso bajo la lluvia, esa complicidad que teníais y esa historia de amor sin final feliz. Por eso, cuando vuelves a besar a alguien, no puedes evitar sentir como si de pronto tuvieras de nuevo quince años. La misma sensación palpitante en el pecho y tu risa nerviosa…, como si volvieras a aquella primera historia, aquella noche y aquella mirada infinita. Los ecos del pasado asoman en tu presente en forma de nostalgia de ese primer amor que siempre habías soñado y nunca hubieras imaginado…
¿Qué tenía ese primer amor que no tuvieron ya los siguientes? En primer lugar, te tenía a ti, en tu ingenuidad más pura. Te abrías al mundo sin miedo, porque de la rosa todavía no conocías sus espinas. Te enamoraste por primera vez, y no había prejuicios en tus palabras, ni comparabas el gusto de su boca con nada que hubieses probado antes. Todo era novedad, ilusión, emociones diferentes y un mundo nuevo que se abría ante tu inocencia.

El problema es que el amor, si se considerase una droga, sería la más adictiva de todas, especialmente el enamoramiento inicial entre dos personas. Por eso, después de la enorme herida que te quedó al terminar aquello, volviste a buscarlo como un vagabundo con síndrome de abstinencia que no se resiste a nada, ni a nadie. El efecto narcotizante de esa sensación eufórica y mágica te invadía hasta el punto de que en todo y en todos volvías a revivir aquella primera aventura amorosa. Pero todo parecía una copia, una simple reminiscencia, como un dejavu de algo que era perfecto pero no pudo ser.

Puede parecer que te quisiera más, que tu pálpito en el pecho fuera más fuerte de lo que has sentido nunca y que la forma en que cambió tu vida ya nunca volviera a repetirse con otros amores. Pero a menudo no es la persona en sí la que nos ha transformado, sino el amor mismo. Por eso algunas personas viven enamoradas del amor, de ese ideal que no pueden olvidar, y tratan de que sus nuevas relaciones encajen a la perfección con esa imagen perfecta: esas noches especiales, esas conversaciones inolvidables y esos besos únicos. Desde esa expectativa y ese ideal, se juzga todo lo que uno vive con sentimientos de insuficiencia, porque lo que no se parece a esa imagen parece menos bueno.

Olvidamos muchas veces que el amor siempre se describe igual pero siempre es distinto, y con cada nueva historia componemos una nueva estrofa que es diferente a la anterior, aunque el estribillo se repita. No es el día de la Marmota, ni nadie se merece que besemos sus labios con el regusto del plato anterior. Por eso, como en los mejores banquetes, donde entre el primer plato y el segundo se sirve un poco de limón para aclarar el paladar y poder disfrutar con la boca limpia, podemos hacer que cada historia sea la primera; la primera y la última. Lo único que puede convertir en monótona la más excepcional de las historias de amor es una mirada cansada que no aprende a renovarse, que se ha quedado estancada en un viejo recuerdo que no le deja volver a sentir… Porque, como dice el cantautor Ismael Serrano, “el amor es eterno mientras dura”.

Queremos Lo Que No Tenemos Y, Cuando Lo Tenemos, ¿Ya No Lo Queremos?

Suelo decir que la forma en la que vivimos es en muchos casos contradictoria. Parece que el mundo se gobernara con psicología inversa, como cuando quieres que un niño no haga algo y cometes el error de prohibírselo. Si, en cambio, le dices “¡ve y hazlo!”, entonces se lo pensará dos veces. Pues a los adultos nos pasa exactamente lo mismo.

¿A quién no le ha pasado alguna vez? Eso de desear algo o a alguien y una vez lo tienes pierdes el interés. Creo que de esta no se salva nadie. Y sí, está muy bien eso de andar por la vida diciendo que sabemos lo que queremos, demostrando al mundo entero que tenemos las cosas claras, que somos maduros y conscientes. Pero, continuamente caemos en contradicciones como estas y las callamos. Así funciona buena parte de esa masa que llamamos “humanidad”, queremos una cosa hoy y mañana queremos otra; vivimos solo para la satisfacción del momento.

Queremos lo que no tenemos y, cuando lo tenemos, ¿ya no lo queremos? ¿Por qué? Pueden haber muchas razones: a veces no sabemos diferenciar entre caprichos y verdaderos deseos, queremos conseguir algo o a alguien solo como una prueba del “yo sí puedo”, queriendo competir con nosotros mismos. Lo que sí queda claro en esta contradicción es que quien la experimenta es porque seguramente no puede mantener valores y principios firmes y en consecuencia le es imposible comprometerse. O quizás, es ese tipo de persona que se enamora de todo y se conforma con nada, cuyas ansias por vivir y sentir le impiden centrarse en una sola cosa arriesgándose a dejar de vivir otras.

Personalmente, soy de los que voto por la primera opción. La opción más racional. ¿Y si intentáramos responder al porqué siempre? Si se trata de una cosa, pregúntate por qué lo quieres, qué harás con eso, para qué te servirá. Si se trata de una persona, respóndete cuál es la razón por la que pareces querer con tanto empeño el tenerla a tu lado, que no sea solo un “porque así lo siento” porque los dolores de estómago son iguales, un día llegan sin avisar y de pronto se van. No caigas en la ridiculez de creer que es “romántico” decir un absurdo como “te quiero y no sé por qué, ¿eso no lo hace bonito?”. Realmente no; eso lo hace inestable y peligroso.

Nada mejor que mantenernos firmes y claros con lo que queremos, conocer la razón; y probablemente nos pasará que nos aburrimos, lo cual es señal clara y parpadeante de que es necesaria una renovación. Una renovación que muy pocos superarán si no saben diferenciar entre “sentir que la pierdo” y “empezarla a extrañar”. Porque querer a una persona después de perderla es de tontos.  Tenerla y extrañarla es volverla a amar.

Cuando El Amor Nos Hace Perder El Miedo

Ya de críos nos empezábamos a plantear de qué iba exactamente eso del amor. Probablemente nos imaginásemos una historia a medio camino entre lo que tenían nuestros padres y esos romances de peli americana en los que los créditos aparecían mucho antes de que los protagonistas hubieran caído en la rutina. En la radio sonaban canciones que se parecían muy poco a las historias que nos tocaban de cerca, como el divorcio de los padres de ese amigo del cole o la imagen de aquel tío lejano y su mujer lanzándose frases a cuchillo, de esas que solo pueden decir los que un día se quisieron y ahora se odian por no saber volverse a querer.

Y así empezamos la partida, bastante acojonados al ver que ni todos los que llevan ya mucho tiempo jugando parecen tener ni puta idea de lo que están haciendo. Con los años, la misma conversación debatiendo sobre el significado del amor se repite con cien personas diferentes, y los niveles de dramatismo y escepticismo al respecto se disparan cuando el alcohol empieza a ser compañero de confesiones y filosofadas.

Llegan las crisis de “no queremos ponernos etiquetas”, el follar por olvidar o el acomodarse en historias que no van a ningún lado. Necesitamos comprender qué es eso del amor, querríamos conseguir explicarlo, pero parece imposible mantener una misma versión durante mucho tiempo. Un año lo vemos como el motor que mueve el mundo y al siguiente, ya desencantados, dudamos de que no sea más que una artimaña utilizada por la gente del marketing para poder sacarles la pasta a todos aquellos que necesitan comprar regalitos para conseguir echar un polvo.

Con el tiempo, tras un par de “amores de nuestra vida” que no acabaron de serlo y más de diez “no sé en qué estaba pensando”, lo que queremos y no queremos en una relación cada vez está más claro, aunque sigue siendo complicado estar seguros de si lo que estamos viviendo a nivel de pareja es realmente amor o un espejismo que hemos sentido al conocer a alguien que parece encajar en todos esos criterios. Pero creo que hay un punto en el que puedes verlo con tanta claridad que entiendes que no hay palabras para definirlo, cuando aparece esa persona que consigue que sepas que te quiere sin tener la necesidad de decirlo. El momento en el que conoces a alguien con quien no te importa mostrarte vulnerable, ni que él lo haga contigo. Una persona con la que, por primera vez, te puedes sentir cómodo al compartir tus miedos y complejos, todo aquello que siempre has querido esconder, todo lo que te hace dudar de ti.

Porque cuando alguien te ama de verdad es capaz de quererte aún más al conocer todas esas cosas que a veces pesan y duelen. Porque cuando alguien te quiere de verdad es capaz de hacerte entender que tus fragilidades no te hacen débil, que enfrentarlas cada día es lo que te hace fuerte.

La Clave De La Madurez Individual: ¿Perdonar, Olvidar O Superar?

Es sorprendente cómo nos podemos ver confundidos por no saber qué hacer cuando alguien “nos hace algo”. Si bien es cierto que no debemos culpar a otros de nuestras decepciones, tontamente cometemos ese error y caemos en el hueco de una desolación absurda; todo eso por desconocer lo que realmente significan estas tres palabritas: perdonar, olvidar y superar.

Aunque la inmadurez suele atribuírsele a la adolescencia, no hay que entrar en shock cuando conoces alguien en la adultez que expresamente es un mente pollo, o lo que es lo mismo, un inmaduro. No tiene mucho que ver con la edad, porque si en la adolescencia aprendiste a darle importancia a cosas vacías y a valorar lo efímero, seguramente en tu etapa adulta serás una versión más ridícula de eso. Es cuestión de formación, de personalidad; la madurez es eso, cómo afrontamos la vida en las buenas y en las malas.

Pero en este ejemplo hablaremos de algo muy común: cuando consideramos que otra persona “nos hizo daño” y nos atragantamos en esa realidad por no saber qué hacer. ¿Perdonar, olvidar o superar? Veámoslo por separado.

Perdonar
En la vida nos toparemos con situaciones, hechos y momentos en los que perdonar no nos cabe en la cabeza. Si una persona nos dio su palabra, se comprometió con nosotros en un proyecto en común como una relación de pareja y no juega sucio, perdonar sería hacernos cómplices de su traición.

¿Que perdonar es de sabios y errar es de humanos? Nadie se hace más sabio o más maduro perdonando una traición, y lo que nos hace humanos no es que podemos errar y salir ilesos, sino que podemos pensar, actuar y hacernos responsables de ello.

Olvidar
“Necesito tiempo para olvidar lo que me hizo, lo que pasó”. Si hay algo que debemos tener claro a lo largo de nuestra vida es que, cuando algo nos importa, olvidarlo es prácticamente imposible. Olvidar no es una prueba de fuego de nuestra “gran madurez”, porque cuando decidimos olvidar estamos marchando hacia ese expresión que afirma que los seres humanos somos los únicos animales que nos tropezamos con la misma piedra dos veces.

Hay cosas en la vida que no se pueden y otras que no se deben olvidar. La clave de la madurez en este punto no está en tu capacidad para resetearte el disco duro, sino para aprender de lo malo y seguir caminando hacia lo bueno.

Superar
Hay cosas que no se pueden perdonar y hay otras que no se deben olvidar. ¿Qué podemos hacer entones? Superar. No se trata de hacernos los locos, sino del compromiso individual por no permitir que decepciones, errores y fracasos se conviertan en un brutal freno de mano para nuestro crecimiento personal.

La clave de la madurez no está en saber perdonar ni olvidar: está en ser unos expertos en superar. Superar lo que quedó demostrado que no sirve, que no vale; en pasarle por encima a aquello que solo fue un producto desechable en nuestra vida y que no volveremos a comprar. Todo en esta vida se resume a un solo bienestar: el individual, y cuando una tormenta perfecta aseche nuestra paz debemos demostrarnos que somos maduros, que sabemos superar.