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domingo, 25 de octubre de 2015

Un abrazo de cariño real vale más que cualquier regalo

Un abrazo desnudo calienta el alma, hace humear nuestro corazón, nos lo recoge y nos lo encoge, nos estremece, eriza nuestra piel y caldea nuestra casa. Por eso un abrazo sincero vale más que cualquier otra ofrenda. Y es que abrazar a las personas que queremos es lo que realmente las hace sentir especiales, únicas y afortunadas.

Un abrazo construye escalones con su calidez, nos hace tumbarnos y nos obliga a contemplar el espacio. Gracias a esos gestos de cariño tenemos la oportunidad de recordar aquello que nos reconforta. de mantenerlo presente aunque no seamos conscientes y así sonreír aunque no tengamos motivos.
Los abrazos son una manera de poder decirles a nuestros seres queridos que les queremos sin tener que pronunciar palabras. Por eso, poder sumergirnos en el placentero recuerdo de un abrazo significa echar a volar nuestros sentimientos y dejar que reconforten nuestra piel.

Con un abrazo das y recibes energía que nutre tu bienestar emocional. Estamos diseñados para sentir el contacto, para tocarnos y para transmitirnos emociones a través del tacto.

Por eso es importante estimular esa parte tan propia, pues gracias a ella logramos fortalecer vínculos, reconfortar y soldar aquellas piezas que pudieron romperse por las dificultades en la vida.
El amor nos hace crecer, riega nuestras emociones y pensamientos más internos. Por eso, los abrazos, los cuales son la muestra de amor por excelencia, nos permiten acompañar a las personas que queremos siempre que lo necesiten.
Y es que los abrazos se convierten en una luz fiel que guía nuestro camino y vela nuestros sueños cuando el sol y el cuerpo necesitan descansar. Por eso los abrazos se convierten en humildad cuando nuestros éxitos nos engrandecen en exceso, nos hacen crecer, nos hacen mejores.

Los abrazos se tornan en mesura, en seguridad y en prudencia. En genialidad, en paz interior, en fuerza, en equilibrio. Esto es posible porque un abrazo es algo así como la llave que abre el armario que contiene el elixir que elimina nuestros males.
Muchas veces estamos lejos de personas que apreciamos y, por lo tanto, no podemos darles un abrazo físico tal y como desearíamos. Sin embargo, existen los abrazos psicológicos, los cuales son tan sinceros y válidos como los que juntan piel con piel.
Esto es posible porque abrazamos cada día con nuestros actos, nuestras palabras y nuestros cuidados y atenciones. Así es que el abrazo se convierte en la muestra de cariño más universal que existe, pues gracias a ella transmitimos apoyo y amor a nuestras personas queridas.

En este sentido, un abrazo físico ofrece cariño cuando es psicológico, es decir, cuando proviene de nuestras ganas y nuestro interior. Por eso, los abrazos que realmente valen son aquellos que se convierten en psicológicos, en emocionales y que nos hacen cerrar los ojos y dedicar un pensamiento. En definitiva, los abrazos que suman son aquellos que nutren nuestro ser.

Cuando menos lo esperas, las cosas buenas llegan

De pronto, y sin que sepas muy bien cómo, el universo entero parece hilar sus dedos artesanos para traerte aquello que esperabas, aquello que sin duda mereces y que tu propia esperanza había dado por perdida.

¿Por qué no? Algunos lo llaman suerte, otros designios, unos pocos hablan de ley de la atracción, pero en realidad… ¿Quién puede negarte que tu esfuerzo, dedicación y voluntad haya tejido su propia cuerda para que al final de la misma se hallara aquello que esperabas?
Si eres una persona que suele ver con gran escepticismo eso “de que las cosas buenas llegan de improviso si uno sabe esperar”, merece la pena que reflexiones con nosotros sobre estos sencillos aspectos. La magia, la suerte, la providencia y  las cosas hermosas de la vida están a la vuelta de muchas de nuestras esquinas. Solo hay que sabe doblarlas, saber recorrer el camino con la mente abierta y el corazón dispuesto.

La suerte y la llegada de las cosas buenas se deben a un aspecto: creer en ti
Tan sencillo como eso: las cosas buenas y el ancla de la suerte solo llegan a puerto de quien es capaz de creer en sí mismo para propiciar que determinadas situaciones sucedan.
Como puedes intuir hay muy poco de magia en estos conceptos. Tampoco es una idea sacada a la fuerza de los manuales de autoayuda con los cuales, vender un slogan vacío.

La creencia en uno mismo mueve montañas y es nuestra auténtica fuerza vital. ¿La tienes tú? Te invitamos a poner en práctica estos sencillos consejos para permitir que las cosas buenas, lleguen a tu vida con la sutileza de quien por fin, ve el amanecer en su vida.

Sal de tu rutina, propicia pequeños cambios cotidianos
Lo sabemos. Sabemos que pasas muchas horas fuera de casa cumpliendo un horario laboral, y que los días te exigen más obligaciones que placeres. Te preocupas por los tuyos y sabes que cada esfuerzo es necesario.

Podemos seguir cumpliendo nuestros horarios pero enfocando dicha obligación de otro modo.
Permítete algo cada día, por pequeño que sea: tomar un café en un sitio nuevo, comprar un pequeño regalo para los tuyos al salir del trabajo, volver a casa por otro camino.
Cualquier cambio en la rutina es un estímulo en nuestro cerebro. Un estímulo es un refuerzo positivo, y un refuerzo positivo aporta emoción. Eso ya es un cambio, es otro modo de enfocar el día a día.
Enciende tu ilusión en el día a día y que nadie te la apague
Quien deja de soñar muere un poco a cada rato, así que cierra tus ojos y abre tu mente. Permítete soñar con aquello que deseas, libérate un poco cada día sintiéndote libre aunque sea en tu pensamiento.

Cada ilusión enciende un motor en nuestro interior, hasta que poco a poco, nos van “creciendo las alas”. Toda ilusión se trasformará en un propósito y el propósito en voluntad.
Ahora bien, nunca olvides que a tu alrededor, habrá algún especialista en consumir sueños y voluntades.

Son personas que nos llenan de nubarrones con sus acostumbradas palabras de “ese tren ya no es para ti”, “tus obligaciones son otras”, “eso son tonterías y formas de perder el tiempo”… No lo permitas, no los escuches.
Las cosas buenas, en ocasiones, pueden llegar por un acto puramente casual; todo es posible. No obstante, siempre habrá mayores probabilidades de que sucedan si ponemos de nuestra parte, si propiciamos que esto ocurra siendo auténticos artífices de esos aspectos soñados.
Somos conscientes de que no es nada fácil variar el enfoque de nuestros pensamientos:

Los pensamientos se modelan por nuestras experiencias previas, por recuerdos pasados, por aprendizajes surgidos a raíz de fracasos que no queremos repetir.
Muchos de nuestros pensamientos están limitados por la indecisión, por creencias en ocasiones limitantes que nos han inculcado o trasmitido otros.
Pensamos que los cambios no son buenos, que solo traen cosas peligrosas y que es mejor “seguir donde estamos”.
Todo ello son ejemplos de pensamientos limitantes que requieren una reestructuración cognitiva. ¿Y cómo lo hacemos? ¿Cómo variamos esos enfoques que habitan en nuestra mente?

Piensa que lo mereces. Piensa que ha llegado el momento de darte prioridad, de ser el protagonista de tu vida no un simple actor de reparto a la sombra de los demás. Sueña, ilusiónate cada día y haz pequeños cambios. O grandes cambios. Las cosas buenas llegan a quienes saben esperar. No lo dudes.

Me gusta que me digan la verdad, yo ya veré si duele o no

A nadie le gusta que le mientan. No nos hacen gracia las mentiras piadosas ni que decidan por nosotros lo que debemos saber o no. Si la verdad hace daño somos nosotros quienes lo tenemos que considerar.

La gente tiene la mala costumbre de ocultar cosas que hacen, dicen o piensan porque creen que así nos evitan el daño. Pero no, en realidad no hay nada tan desgarrador como la mentira, el ocultismo y la hipocresía. Nos hace sentir pequeños y vulnerables a la vez que genera desconfianza e inseguridad ante el mundo.
A lo largo de nuestra vida sufrimos y lloramos por cientos de situaciones que otros generan. Sin embargo, todos esos sentimientos y emociones nunca caen en saco roto; por el contrario, gran parte de nuestros aprendizajes están mediados por los daños y el dolor.

Asimismo, sufrir nos hace comprendernos, conocernos y entender aquello de que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante. De esta forma conseguimos gestionar nuestras emociones o, dicho de otra manera, salir del túnel.

Nuestra vida es nuestra, la vivimos como queremos y no como juzguen los demás. ¿Decidiríamos por alguien a quién tiene que amar y de qué manera? No, eso es una locura. Se ha intentado, sí, pero siempre sin éxito ya que es injusto intentar decidir por los demás.
Decir las cosas a la cara es ser sincero, nada más y nada menos. La gente confunde esto con la falta de educación, de tacto o de prudencia. Dado que la sinceridad es un término que lleva a confusión y cada uno tiene su propia versión del cuento, veamos algo más sobre ella.

La sinceridad no es decir todo lo que nos viene a la cabeza ni decirlo de forma brusca ni hacerlo en cualquier momento. Asimismo, ser sincero con criterio, empatía y ética no significa maquillar la realidad, sino adecuar su comunicación al momento y a la persona.

La sinceridad nos hace compañeros, gente leal, íntegra. O sea, buena gente. Como es obvio, muchas veces la intención no es mala sino todo lo contrario. Sin embargo, debemos saber que no diciendo la verdad estamos faltando al respeto a la persona “afectada”.
De hecho, mintiendo a alguien le privamos de la oportunidad de manejar su dolor y de asumir la lección que le toca aprender. Por eso esto resulta algo tremendamente injusto y abusivo.
La sinceridad nunca duele, lo que duele son las realidades. Pero que alguien sea sincero siempre es un gran gesto, pese lo que pese y a quien le pese. No obstante puede ocurrir que alguien prefiera vivir en un mundo de fantasía y cegado a la realidad. En ese caso, todo es respetable.

En resumen, la verdad construye y la mentira destruye. Cada uno de nosotros estamos capacitados para asumir la realidad de lo que nos atañe y, por ende, de resolver los posibles daños que nos pudiera ocasionar.

No podemos vivir esperando que la vida sea un camino de rosas ni para nosotros ni para los demás. Así, siempre que nos corresponda deberíamos optar por ser sinceros y no privar a la gente de la oportunidad de crecer superando las adversidades o incomodidades de su propia existencia.


7 tipos de personalidades tóxicas

Aunque no lo creamos, estamos rodeados de gente con personalidades tóxicas. Personas que nos hacen sentir mal aunque no tengamos la culpa, que nos usan sin que aparentemente podamos evitarlo, que nos tienen a su merced sin que nos demos cuenta. Muchas de estas personalidades las conocemos, pero no somos conscientes de su consecuencia tóxica.

A continuación, os mostramos los siete tipos de personalidades tóxicas más comunes que tenemos cada día, a nuestro alrededor para que podáis identificarlas e intentéis poner algunos límites y estrategias de por medio para no salir malheridos.

“Muchas veces permitimos entrar en nuestro círculo más íntimo a los chismosos, a los envidiosos, a gente autoritaria, a los psicópatas, a los orgullosos, a los mediocres, en fin, a gente tóxica, a personas equivocadas que permanentemente evalúan lo que decimos y lo que hacemos, o lo que no decimos y no hacemos”


EL ENVIDIOSO

Una persona envidiosa tratará siempre de buscar aliados. Esto le garantizará envenenar a otros con sus palabras y sus malos pensamientos. Este tipo de persona no es feliz. Siempre desean aquello que los demás tienen o consiguen e intentarán boicotearlo.

Es fácil detectar a los envidiosos. Se ven venir. Lo importante es saber alejarnos de ellos, no dejar que nos influyan con sus pensamientos tóxicos. Si somos los afectados, tenemos que intentar ignorarlos. Si nos convertimos en un probable aliado, no debemos dejar que guíe nuestros pensamientos sobre una persona.

Nadie piensa igual sobre alguien y tenemos que tenerlo claro. Que nadie modifique lo que pensamos ni nos ponga en contra de otra persona por sus pensamientos tóxicos.

EL AUTORITARIO

La persona autoritaria suele ser un jefe. Alguien que tiene bajo su yugo a otros. Suelen ser personas muy inseguras de sí mismas y, por eso, incitan miedo a sus subordinados para dar fe del control y poder que tienen. Pero esto no acaba aquí. Una persona autoritaria llega a humillar, amenazar y goza imponiendo su voluntad. Juega con la necesidad que tienen las personas por conservar un puesto de trabajo.
Nadie debería tolerar esto, ni siquiera aunque sea tu jefe. Actualmente, hay una ley que contempla el acoso laboral. Si te encuentras en un caso como este no temas tomar medidas. Ir al trabajo puede convertirse en una verdadera tortura.

EL MANIPULADOR

Una persona manipuladora es difícil de detectar. El manipulador es una personalidad tóxica que puede pasar desapercibida durante mucho tiempo sin ser descubierto. Se muestran amables y complacientes. Tienen una gran capacidad para empatizar lo que les viene muy bien. Pero cuando las conoces mejor hay ciertas cosas que tienes que evitar hacia ellas.

Para empezar, nunca seas sincero con una persona manipuladora porque le dará la vuelta. Se sentirá atacada y logrará que te sientas culpable por tu sinceridad. Por lo tanto, tú serás el único culpable y así te hará sentir. Aunque sepas que no tiene razón, acabarás controlando lo que dices para no sentirte mal después.

Los manipuladores juegan sucio y suelen mentir. Si tú tienes un problema el de ellos será peor. Por último, tienen el don de contaminar el entorno. Si están tristes el ambiente se volverá triste.
El pesimista

Como su propio nombre indica, los pesimistas siempre lo ven todo de forma negativa. Son personas a las que todo les afecta y se rinden con mucha facilidad. Esta negatividad en la que viven atrae más negatividad, por lo tanto, se convierte en un círculo vicioso. Se muestran como víctimas indefensas ante el mundo. Continuamente estarán quejándose por su pasado, su presente y su probable futuro.

Es necesario alejarse de este tipo de personas. Por mucho que intentes hacerles ver que no todo es tan malo como parece, te llevarán la contraria y lograrán alimentarse de tu positivismo para sentirse bien. La consecuencia es que tú no te sentirás tan bien. A estos sujetos también se les denomina “vampiros emocionales“.

El sociopsicópata

Es una de las personalidades tóxicas más peligrosas. Nos encontramos ante personas impulsivas, que no establecen límites afectivos y no sienten remordimientos cuando hacen daño a los demás. Son personas ambiciosas que alcanzan sus objetivos sin importar a quien destruyan por el camino. Son incapaces de decir “lo siento”.

Los sociopsicópatas son personas que se presentan encantadoras, pues te dirán todo lo que querrás oír. Suele interesarse mucho por la persona que tiene enfrente haciéndole muchas preguntas para recabar información que almacenará para utilizarla, luego, en su contra. Con esto, mentirá y engañará para lograr lo que quiere. Fingirá sentimientos que no siente ni padece. Es lo opuesto a una persona empática.

¿Cómo podemos reconocer a un sociopsicópata? Debemos ser muy observadores. Dado que no sienten emociones hay que observar en su rostro su mirada y los músculos faciales. Si fijan los ojos en ti y no mueven ni un solo músculo de la cara, ten cuidado, probablemente te estén manipulando.

El descalificador

El descalificador disfruta menospreciando, manipulando y desestabilizando emocionalmente a los demás. Esto provoca que la otra persona se muestre inseguro y dependa de sus opiniones. Se mostrará como un gran amigo, pero utilizará todo lo que le cuentes para, en el momento adecuado, desvalorizarte ante los demás. De esta manera, finge mostrarse interesado en lo que le cuentan. Juega con el factor sorpresa.
El neurótico

La persona neurótica suele ser insegura. Por este motivo, intentará conseguir una buena posición social aunque se impondrá objetivos que no podrá cumplir, debido a sus sentimientos de desvalorización que lo bloquean. No soporta que nadie sepa más que él sobre algo, por eso tratará siempre de llamar la atención.

Por este tipo de inseguridades, que sufrió desde niño y no ha podido resolver, el neurótico desarrolla una conducta perfeccionista, conflictiva, egoísta e infantil. Esto le lleva a controlar a la otra persona. Además, sus cambios de humor provocan que sea imposible la convivencia con ellos.

Cualquiera de estas personalidades tóxicas contamina a los que tienen a su alrededor, a través de sus energías negativas. Darse cuenta de con quién nos relacionamos también es importante para nuestra salud. El truco está en anticiparse y elegir de quien nos queremos rodear, evitando a aquellas personalidades tóxicas que nos puedan perjudicar.


viernes, 23 de octubre de 2015

No Eres Tú Ni Yo, Es La Estadística

Falta de competencia perfecta. Eso es lo que le hace falta al mercado de este país, y es que la ley de la oferta y demanda en el mundo de las relaciones está mal, muy mal.

“Call it the man deficit”. Jon Birger

Pues sí, “Man Deficit”, como lo lees. Parece ser que el problema de que muchas mujeres heterosexuales inteligentes no encuentren el amor estable y verdadero pasada la edad del pavo tiene que ver con datos demográficos que demuestran que hay déficit de hombres “a la altura de sus expectativas”.

Jon Birger, autor del libro Date-onomics, intrigado por la experiencia personal de una amiga de mediana edad con poca suerte en el amor, se lanzó a estudiar el mercado de las parejas en EEUU desde un punto de vista demográfico, y su principal conclusión fue “que las mujeres con estudios universitarios lo tienen peor que el resto debido a ese déficit de hombres”. Voilà, ahí tienes la explicación por la que nada te encaja, básicamente tiene que ver con expectativas y, sobre todo, con masa crítica, es decir, oferta, más bien la escasez de ella; vamos, que de esta no nos salva ni Tinder.

Según Jon Birger, hay cuatro mujeres por cada tres hombres en todo el país, y en el futuro próximo, serán dos por cada tres mujeres. WTF! ¿no se suponía que era al revés? ¿ahora eligen ellos? pues ya podemos tener activo el radar y el bluetooth porque como en una de esas te pille despistada se te pasa el turno. 

El año pasado, en EEUU se graduaron un 35% más de mujeres que de hombres. Y la realidad es similar, aunque con matices, en buena parte del mundo occidental. En España, por ejemplo, la proporción de mujeres es del 50,75% frente al 49,25% de hombres, según datos del Instituto Nacional de Estadística, y va en aumento. En las aulas universitarias en la mayoría de carreras ellas ganan de forma más clara según cifras del Ministerio de Educación, aunque claro, puedes despistar y torear a la estadística y meterte en una carrera técnica en la que las aulas están llenas de hombres; ahí se multiplican tus posibilidades, amiga.

Y es que la realidad dice que, al menos en EEUU, la mayoría de las mujeres con estudios superiores busca en la otra persona mínimo que tenga la misma formación académica para firmar los papeles del “hasta que la muerte nos separe”. 

Y ahora es cuando te paras a pensar y quizás te encaje eso de que a partir de los 30 pocos hombres quieran compromiso. ¿Acaso alguien les ha contado lo de este estudio? ¿saben que tienen demográficamente más opciones donde elegir? Quizás tengan la sensación de que tienen tanto donde elegir que tengan miedo a “cerrarse puertas”.

En cualquier caso, este estudio da mucha luz a preguntas que quizás nos hacíamos algunas de nosotras, y ahora siempre podrás decir: “no eres tú ni yo, es la estadística“.

Lo Siento, Pero Hoy Me Necesito

Llega un momento en el que hay que decir “basta”, y este es el mío. Basta de que tú seas lo primero en lo que pienso antes de tomar cada decisión, basta de que tus necesidades me importen más que las mías, basta de remordimientos por haber hecho algo que a ti puede no gustarte, basta de vivir cada minuto por ti.

Y no me malinterpretes, no es que hayas dejado de importarme, que ya no te quiera o que no te necesite, es que hoy solo me necesito a mí. Llevo demasiado tiempo sin darme el capricho de ser yo al cien por cien, de ponerme por delante de todo lo demás, de intentar ser feliz antes de hacer felices al resto.

De verdad, no lo hago por egoísmo. Pero es que ha pasado tanto desde la última vez que estuve a solas conmigo mismo que ya no sé quién soy. He olvidado lo que significa gustarme, hacerme preguntas y contestarme con la total sinceridad que solo me da la soledad de mi propio corazón, abandonarme al pensamiento de que nunca nada será suficientemente importante mientras siga vivo.

Y es que me he desgastado tanto dándote todo lo que tengo que me he olvidado de recargar mis propias pilas, y ahora siento que ya no puedo más. No puedo seguir erosionando mi alma para dártela a ti o a quien sea. O sí, podría seguir haciéndolo, pero estoy cansado y lo haría sin ganas, mal; y para hacer algo mal, mejor no hacerlo.

No pienses que te estoy culpando, aquí el único responsable soy yo por haberte dado más de lo que cualquier persona puede permitirse, aunque tú nunca me lo pediste. Y esas ansias por complacerte me hicieron difuminarme en este paradigma de felicidad. Pero tú también te has dado cuenta de este desgaste, y no te gusta.

Hoy necesito que el mundo me deje tranquilo, y eso te incluye a ti. Quiero recuperar todo lo que he perdido para volver a ofrecer mi mejor versión, para poder seguir adelante sin que un día se me vaya la cabeza y lo estropee todo con una mala decisión. Pero sobre todo necesito recuperar la confianza que me permita mirarme al espejo y saber quién soy sin necesidad de que tu presencia me lo diga.

Por eso te pido que hoy te apartes para mañana poder volver a conocer a la persona de la que te enamoraste. Te lo pido porque sé que lo entiendes, igual que yo lo he entendido: que puedo vivir contigo, pero no puedo vivir sin mí.

¿Y Si Hubiese Un Lugar Donde Van Todas Las Cosas Que No Decimos?

Cada día hay muchas cosas que pensamos y no decimos, ¿por qué? A veces por educación, otras porque las damos por hechas y el resto por miedo a la reacción que puedan provocar. Callarse algo por creer que la gente ya lo sabe o por miedo tiene otra explicación: imbecilidad. Es duro aceptarlo, pero sí, todos somos un poco imbéciles.

Una vez alguien me dijo que un pensamiento no expresado es un pensamiento perdido. Pero creo que no es del todo cierto, porque en muchas ocasiones existe el factor “y si…”. Y ese “y si…” es como un cáncer que se va reproduciendo en tu interior, que te destruye ante la perspectiva de que tal vez, si hubieses dicho lo que pensabas, todo habría sido diferente, mejor.

Y todos sabemos de sobra que esos pensamientos no sirven de nada porque lo que ha pasado, pasado está, pero aun así la tentación de imaginar una realidad distinta suele ser demasiado tentadora. Me gustaría que todas esas cosas no dichas creasen una especie de vida paralela y que alguien me enseñase todo lo que no ha pasado por mi culpa. En plan “mira lo que te has perdido, gilipollas”.

Porque creo que esa será la única manera en la que aprenderé que las cosas hay que decirlas sin miedo alguno. ¿Qué problema real hay en decir algo que ya has dicho antes? ¿Te podrían llamar pesado? Ya ves tú. ¿Acaso no es peor arriesgarse a no dejar lo que piensas o sientes lo suficientemente claro?

Hay una canción de Garth Brooks que se llama “If tomorrow never comes” que habla precisamente sobre esto, de qué pasaría si muriésemos sin asegurarnos de que la gente sabe lo que sentimos. Pero no hay por qué llevarlo solo al terreno de las relaciones, es aplicable absolutamente a todo. Tenemos la preocupación de que se nos recuerde cuando no estemos, ¿no se nos recordará de manera más auténtica si hemos dicho siempre lo que pensábamos aun a riesgo de cagarla?

Y qué decir de todas esas cosas que no han pasado por el simple hecho de que no tuvimos valor de decirle algo a alguien. Espero sinceramente que haya una realidad paralela en la que me atreví a decirle a mi profesor de matemáticas de primero de bachiller que se explicaba como el culo, quizás ese yo ahora está lanzado en su carrera de arquitectura.

Parece una tontería, pero es que la vida puede cambiar mucho con unas simples palabras, y aunque es muy difícil llevarlo a la práctica, no tengo ninguna duda de que es mejor cagarla y tener que rectificar que callarse y estar toda la vida preguntándose qué habría pasado si hubiésemos tenido huevos de expresar lo que llevamos dentro.

Visitas Constantes: La Realidad De Irte A Vivir Fuera

Cambiar de lugar de residencia, ya sea por trabajo, por estudios o, poniéndonos en el más romántico de los casos, por amor, siempre se convierte en una experiencia de lo más excitante, gratificante y llena de oportunidades, sobre todo si vienes de una ciudad pequeña. Nueva vida, nueva gente, nuevos lugares… 

O al menos eso es lo que tú te creías cuando decidiste cambiar de aires, porque la realidad es bien diferente y tardas poco en darte de bruces con ella. Sí, tu vida va a cambiar y conocerás gente nueva a no ser que seas un antisocial, pero lo de explorar nuevos lugares ya es otra historia. Básicamente por una razón: tus planes de viajar, con suerte, se ven reducidos a las vacaciones de verano.

Vas a currar mucho para poder pagar el elevado alquiler de la habitación de tu piso compartido para ir sobreviviendo. Si coincide que los astros se alinean, vas a tener puentes de tres días, los cuales, si no eres el mayor pringado de la Tierra y tienes que trabajar, te gustaría aprovechar para descansar o, en el caso de que hayas ahorrado algo, viajar.

Pero da la casualidad de que tienes gente que te quiere, lo que en realidad no es más que un mero añadido al hecho principal de que vives en una ciudad con atractivo turístico. Por ello vas a tener visitas de tu familia, tus amigos, los amigos de tus amigos, sus novios, amantes, hijos y animales de compañía. Todo dios va a aprovechar que te has largado para “acordarse de ti” e ir a visitarte, incluso aquellos que cuando estabas en casa ni te llamaban.

Todos menos tus padres, que a ellos parece que les cuesta moverse y cada vez que les recuerdas que pasan de tu cara porque en los cinco años que llevas viviendo fuera han ido a visitarte dos veces, utilizan la vieja excusa de “mejor ven tú, que es más fácil que se mueva uno que nos movamos dos…”. Así que los puentes que no tienes visita, y sobre todo, los cuatro días que tienes en Navidad, se convierten en lo más parecido a un anuncio de turrones. Porque por Navidad, en vez de escaparte a Islandia a ver la casa de Papa Noel, tú vuelves a casa.

Y esa es la realidad de irte a vivir fuera: un montón de visitas que te impiden escaparte los fines de semana, alteran tu rutina, ocupan tu baño y utilizan tu champú. A veces parece que te van a volver loco, pero cuando están contigo pasas unos días geniales.Y cuando se van, la casa se queda totalmente en silencio, como si estuviera vacía.

Digamos, pues, que en realidad, las visitas tampoco están tan mal.

Las personas hogar

‘Imagina la vida como si fuera un pilla-pilla
contra los rivales del otro equipo del colegio.
Pues ella… es casa’.
Elvira Sastre. 
Entre todos los rincones del mundo, siempre hay unos favoritos. No importa cuánto te muevas, cuánto viajes o dónde estés, nunca es mal momento para regresar. Sabes bien cuáles son: ‘tus personas hogar’.
Las personas hogar huelen a amor y aceptación incondicional. Huelen a cariño, a abrazos largos donde se te cierran los ojos y se esboza una sonrisa. Estas personas huelen a amistad, amor y familia elegida. Huelen a ‘estoy a tu lado así tengamos que apretar los dientes’ y confían en ti incluso cuando tú mismo has dejado de hacerlo. Son aquellas personas que no te evitan el vértigo ni la caída, sino que te ofrecen las palabras exactas que solo puede regalarte alguien que se cosió las heridas a aprendizajes. Ellas reparan con tanta delicadeza que eso de que ‘el tiempo todo lo cura’ carece de sentido cuando has probado a dejarte soplar sobre las heridas por estas personas. Las personas hogar están siempre dos pasitos detrás de ti por si te caes, para sacudirte el polvo de las rodillas con amor y comprensión.
Las puedes encontrar en lugares donde lo especial y lo sencillo se encuentran y dan la mano: son ese tipo de personas que enriquecen tu vida en pequeñas dosis y hacen deliciosa cualquier situación en la que ellas estén presente.
“Las personas hogar dejan a su paso la esencia de momentos irremplazables”.
Las personas hogar nos dan ese impulso que necesitamos para hacer las cosas que nos dan miedo. Son el paracaídas perfecto que nos regala confianza en nosotros mismos y se convierten en la dosis exacta de valentía necesaria para saltar con la confianza de saberse protegido en la caída.
Estas personas desprenden ese olor tan particular que habita en las pequeñas cosas: huelen a libro nuevo, a taza de té caliente, a café recién hecho y a tierra mojada. Huelen a viernes, a una puesta de sol en verano y a tarde de manta y peli. Dejan a su paso la esencia de momentos irremplazables: huelen a tu canción favorita cantada en el coche a pleno pulmón, a sábanas limpias y a manta en invierno. También huelen a respeto y a un gesto oportuno a tiempo; son expertas en escuchar los silencios y adivinar qué ocurre en tu interior con tan solo mirarte. Te conocen al detalle y, a pesar de todo y sobre todo, siguen a tu lado. Son la sinceridad y la transparencia en persona. Por eso, una persona hogar es el mejor espejo donde mirarse cada día: siempre refleja la versión más real y auténtica de ti. La más bonita. Son la luz al final del túnel, el apoyo durante el camino y el hombro en el que depositar tus lágrimas.
“La distancia no se mide en los kilómetros que te sobran, sino en los abrazos que te faltan”.
Huelen a brújula, a Norte… No necesitas migas de pan para encontrar el camino de vuelta a ellas y tienen las coordenadas de tus momentos importantes. Huelen a paciencia, bondad y generosidad. No piden nada pero te lo dan todo. Porque las personas hogar son la estancia más segura donde habita la suma de las pequeñas cosas más grandes de tu vida.
Ya lo dijo Forrest Gump: ‘La vida es como una caja de bombones: nunca sabes cuál te va a tocar’. Y las personas hogar son esos pocos bombones de la caja de tu vida que saben a certeza.
“Lo esencial es indefinible.
¿Cómo definir el color amarillo, el amor, la patria, el sabor a café?
¿Cómo definir a una persona que queremos?
No se puede.”
J.L. Borges.
No hacen falta muchas palabras para describir a una persona hogar, sin embargo, a veces es necesario recordar de dónde venimos… y quiénes nos acompañan. Por eso nunca es tarde para decirle a una ‘persona hogar’ lo que significa para ti y agradecer el aroma que deja en tu vida la estela de su presencia. Porque, estés donde estés, siempre puedes regresar a tu hogar; porque la distancia no se mide en los kilómetros que te sobran, sino en los abrazos que te faltan; porque, pase lo que pase, siempre habrá un hilo invisible que nos una a esas personas tan especiales; porque, en esencia, una persona hogar tiene la copia de la llave de tu ‘casa’… y de tu corazón.
Cierra los ojos…
¿Las hueles?

Yo aquí he venido a vivir

La felicidad no consiste en llenar nuestra
vida de años, sino los años de vida.
Jesús Sánchez Martos
Cuentan que cuando un antropólogo del Gobierno colonial belga llegó al Congo a principios del siglo XX y se encontró con una tribu de pigmeos, al ver en ellos unas personitas tan menudas, desnudas y alegres, les preguntó si se sentían hombres felices. Los pigmeos no supieron responder. La palabra felicidad no estaba en su vocabulario. No la necesitaban.
Pretender un consenso alrededor de la palabra felicidad es un imposible. Cada uno tiene su definición y ningún diccionario parece abarcarla.
Están quienes afirman que la felicidad es una invención de nuestra cultura y los que la consideran una utopía inalcanzable, pero necesaria para hacernos caminar. “La felicidad es el camino”, dicen. Hay para quien solo existen los momentos felices y para quien puede llegar a ser un estado permanente; los que dicen que feliz se es y los que dicen que en la felicidad se está. Está el continuo desear de Occidente y la moderación de Oriente; los que buscan la felicidad en el poder, el dinero y las posesiones y los que tratan de reducir el deseo a su mínima expresión; los que la buscan en la Tierra y los que se reservan para el cielo. Están los científicos que se atreven a lanzar una fórmula (F = E (M+B+P)/R+C), los que hablan de un gen de la felicidad y los que dicen que lo único de lo que podemos hablar es de bienestar o satisfacción. Están los que creen que la felicidad es amar y los que creen que es amarse, así como los que piensan que hay que amarse para amar. Están los que la intentan vender y los que la intentan comprar, los que la cantan, los que la escriben y hasta los que la huyen. Están los que como Santa Teresa confiesan que su mayor pecado fue querer ser feliz y los que como Borges afirman que no haberlo sido es el peor de los pecados.
“Quiero tener cosas que contar. Quiero cuando me vaya sentir que he pasado por aquí”.
Entre tanta definición y tanta diferencia me queda la sospecha de que quizás la búsqueda de la felicidad sea la pregunta equivocada. Por eso, y a riesgo de equivocarme, permitidme decir lo siguiente:
Yo no he venido aquí ni a ser feliz ni a no ser feliz, yo aquí he venido a vivir.
He venido aquí a mirarle a los ojos a la vida y a aceptar que entre ella y yo nunca va a ir todo bien. Que si bien está llena de alegrías, ilusiones y sorpresas, también lo está de sinsabores, sustos y decepciones. He venido a aceptar el desafío de llevármelo todo: besos y tortas, comienzos y rupturas, triunfos y fracasos. Yo no quiero una vida a cachitos y recortada, yo la quiero entera, porque prefiero un dolor de verdad a una alegría de mentira. Quiero una historia con su trama, su intriga y sus desenlaces, con sus anhelos, sus “lo logré” y sus “casi lo consigo”. Quiero cuando me vaya sentir que he pasado por aquí.
Quiero tener cosas que contar. Quiero guerras, hazañas, amistades, viajes y aventuras. Quiero conocer la paz de un camino recto y asfaltado, pero también la adrenalina de la curva. Y si alguien prefiere quedarse en una roca de Nepal meditando, serenando su alma, controlando sus deseos y alcanzar así los mayores niveles de felicidad, me parece bien, pero yo esa vida no la quiero. No quiero una vida calmada, sin sufrimiento, sin impotencia y sin frustración. Repito: yo la quiero entera.
Para ser sinceros, entre tanta definición de felicidad, yo ya no sé si esta es momentánea o sostenida, pero sí sé que no quiero –aunque existiera– un orgasmo de toda una vida. “La felicidad ininterrumpida aburre, debe tener alternativas”, decía Molière. Yo quiero salir, ponerme guapo, encontrarla, jugar, conquistarnos, comernos, retarnos y después, por unos segundos (y solo por unos segundos), corrernos. Porque hay cosas que aunque solo duran un rato y aparecen para después desaparecer, pueden en su fugacidad justificar una vida entera.
“No he venido a ser perfecto, he venido a ser real”.
No quiero vivir tratando de controlarlo todo. No he venido aquí a decirle a la Tierra como debería rotar, he venido aquí a recostarme en su pecho y girar con ella. Tampoco he venido a vivir seguro, a ganar o a acertar, sino a atreverme, a jugar y a elegir. Quiero que muera ese niño que cuando tiene hambre, tiene teta, y que si no la tiene llora. Quiero vivir la vida con las reglas de la vida, donde unas veces se gana y donde otras se aprende. Quiero desterrar de mi vocabulario las palabras exigir, juzgar y esperar, y quiero que, en su lugar, aceptar, valorar y amar queden subrayadas.
He venido aquí a quererte como eres y a que me quieras como soy, y tal vez eso no haga más feliz el momento, o no lo haga más perfecto, pero tampoco he venido aquí a ser perfecto, he venido a ser real. Y si en el intento por vivir historias, exprimir cada momento y tratar de abrazar una vida auténtica voy dejándome jirones de felicidad, acepto con honor el trato, pues no debemos olvidar que en el humano deseo de vivir feliz, feliz es solo el apellido de su acción protagonista: vivir.

martes, 20 de octubre de 2015

La verdadera esencia de la motivación

La historia es sucesión, movimiento; el hombre, un “continuo deseando” -un homo volens- que pretendiendo actualizar su voluntad, crea el movimiento y con ello su historia.
Pensemos en una bici o en una peonza. En la primera, si no pedaleamos, caemos; en la segunda, si deja de girar, pierde su esencia. Necesitamos el movimiento para definirnos, y necesitamos una fuerza para movernos. Esa fuerza es el deseo.
Cuando esta fuerza no sucede, cuando nuestra capacidad de desear se ve mermada, caemos como la bici o la peonza, y esto es lo que ocurre con la depresión, el desánimo o la apatía, momento en que ni sabemos dónde ir, ni queremos estar donde estamos.
La vida no es nada en sí, sino lo que en ella ocurre. Hoy (a secas) no es nada, hoy es tu sonrisa por la mañana, nuestro café caliente, una reunión con los amigos o tus ganas de verle… ¡Que ocurran cosas! He ahí el secreto. He ahí la vida. Hay que crear movimiento, deseo.
En las últimas décadas ha surgido una fuerte corriente de estudio de las emociones positivas, (Psicología Positiva), que ha derivado en este boom de motivadores, expertos en desarrollo personal y coaching. Profesiones que, si son llevadas desde la honradez y el estudio, son tan necesarias como nobles. No es casualidad que surja en este momento, en el que las tasas de estrés y depresión son más altas que nunca en Occidente y donde el bienestar se halla en el punto de mira de todos.
Si bien existen dos vías para la motivación (aumentar la necesidad y hacer más atractiva la meta), el verdadero motivador se centra en la segunda.
¿Cuál es la verdadera misión del motivador?
Crear vida. Es decir, ilusionar, crear deseo para que nos lancemos a actuar, para que “ocurran cosas” y así creemos vida.
En  una de las conferencias más emocionantes que se pueden ver en la red, Benjamin Zander quiso demostrar que todo el mundo puede llegar a amar la música clásica. “No hay nadie completamente sordo (sin oído musical), de ser así no reconocería a su madre al coger el teléfono o si un amigo está triste o alegre”. Al final de la exposición, parte de la audiencia acabó llorando. Y es que,  para amar algo hay que conocerlo, entender su esencia, descubrir su belleza. No se puede amar lo que no se ve, y no sabemos ver.
Un pasito más. ¿Cuál es la verdadera misión del motivador?
Mostrar la belleza de las cosas para crear vida.
Vivimos en un mundo convaleciente, parcialmente enfermo. Y el diagnóstico se llama “desensibilización”. Nuestros sentidos están dormidos o aislados. Los ojos miran al suelo de camino al trabajo, el ruido de la ciudad nos aleja del canto de los pájaros y sus luces esconden el cielo estrellado. La envidia nos impide admirar, la frustración abrazar y el rencor seguir adelante.
El mayor problema de mucha gente que camina desorientada no es que no sepa querer, es que no sabe lo que quiere. El ser humano está deseoso de abrazar, pero no sabe qué, y esto es muy peligroso. Por eso, el trabajo de un motivador no es  enseñar a amar, sino mostrar la belleza de las cosas para que las amen. Es un líder que va delante pero vuelve para contarnos las maravillas que vio con tal entusiasmo y verdad que nos resulte imposible no querer verlas también.
Eres un motivadorErich Fromm se preguntaba si el hombre era perezoso por naturaleza[1]. Y aunque lo hizo como recurso literario para poder negarlo, no era vano plantearlo así, pues en ocasiones lo que parece. No existe una pereza aprendida. Así como siempre decimos que la felicidad es el camino y no el destino, el hombre disfruta con la acción. Es con ella que “ocurren cosas”, es con ella que está vivo.
Más. El motivador, además de líder es -o debe ser- un soñador. Los soñadores viven en el mundo de la posibilidad. En su misión de mostrar lo bello emite un aura de ilusión. Desgraciadamente, la palabra ilusión ha sido manchada con tintes negativos que lo asocian a mentira o fantasía utópica. Y no se trata de ilusionar en la mentira, sino de una ilusión basada en la posibilidad.
¡Hay que rodearse de soñadores! Que nos cuenten lo que ven, que nos digan por qué sonríen tanto, por qué tienen tanta fuerza y si nosotros también podríamos tener un poquito de esa alegría de vivir… ¡Que compartan su secreto!
Somos un Homo volens, ese continuo deseando. Si no deseamos, no somos nada.

Héroes imperfectos

“En profesiones como la que yo tengo se palpa que todos los compañeros no han tenido vocación de esta profesión, de actores, sino de actores triunfantes. Pero actores triunfantes hay diez. Entonces vive uno constantemente rodeado de personas frustradas”.
Fernando Fernán Gómez.
Cuando somos niños, soñamos con hacer cosas extraordinarias. Imaginamos a lo grande y nos situamos allí. Todo nos parece posible y el presupuesto de nuestras pretensiones no escatima en gastos: no queremos ser un futbolista, queremos ser el que marca el gol de la final; no queremos ser un cantante de bar o el que crea corrillos en su Plaza Mayor, queremos ser el que llena los estadios.
Pasan los años y crecemos convencidos de que madurar es aprender ‘cómo son las cosas’, y damos con ello el primer paso hacia el conformismo al tiempo que cambiamos el subjuntivo infantil por el indicativo adulto. Del deseo a la ‘realidad’. ¡Quién querría ser una estrella… con lo que eso quema!
Cualquiera puede decir con ‘semi-razón’ que la mayoría de deseos de un niño está fuera de posibilidad, pero es solo una razón a medias. Se trata de sueños que, analizados ahora, pueden parecer una tontería, pero que no lo son. Lo que ocurre es que, cuando nos vamos haciendo mayores, nos damos cuenta de la dificultad de las cosas, y que aquello por lo que realmente podemos luchar no es tan grande como creíamos. Pero eso no implica que no debamos pelear por nuestro trocito.
Le tendencia de nuestros días a simplificarlo todo (lenguaje, estrategias, relaciones, etc.) por la primacía de la inmediatez ha conducido a un contexto repleto de dicotomías o dualidades opuestas: rico-pobre, bueno-malo, todo-nada y, la más dañina a la que nos ocupa, éxito-fracaso. Pero la paradoja de las dicotomías es que, dividiendo todo en dos montones, se dejan cosas de por medio, y en el caso del éxito y el fracaso, lo que hay en medio es el intento.
Por eso el mundo no se divide entre los que lo consiguen y los que no, sino entre los que se esfuerzan y los que no, los que lo intentan y los que dicen “¡va, esto no va conmigo!”.
Sueños los tenemos todos, pero solo son unos pocos los que no los abandonan.
“Lo contrario del éxito no es el fracaso, es no intentarlo”.
El mundo no es solo para los mejores, es para todos. Decía Voltaire que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, y no le faltaba razón ni le sobraban motivos. Vivimos en una cultura que distribuye por todos sus canales mensajes de exigencia y que demanda resultados buenos y rápidos. Esto ha producido en nosotros una forma de parálisis por miedo al fracaso que nos ahoga en un mar de oportunidades perdidas.
El perfeccionismo, lejos de ser clave alguna del éxito, es una zancadilla en el camino del logro que solo evidencia un miedo a la incertidumbre, a no ser demasiado buenos. Y el que no acepta la incertidumbre, se queda sin sorpresas.
En este momento ya no es la cultura, sino nosotros mismos, quien crea una dicotomía que bien podría llevar el lema de “o dios, o nada”, donde, de nuevo, en medio aparece algo: tú. Y es en esa mitad, la del intento y la acción, entre los dioses y los mortales, donde, como se escribía en la mitología griega, reside el espacio para los héroes. Ni divinos como para ser inmortales ni terrenales como para ser olvidados, simplemente héroes.

Lo que el artista necesita

“No cuestiones su compromiso con la misión. No sirve de nada que le sugieras amablemente al artista que se busque un trabajo diario para llegar a fin de mes, o rendirse, o sentar la cabeza, o bajar el listón. El artista piensa en esto todos los días, y no necesita que le recuerdes que puede sacrificar su vida y su sueño por un empleo mejor para poder permitirse más lujos y cachivaches industrializados.
Cuando haya finalizado el trabajo, no cuestiones las tácticas, sobre todo si no te pregunta. El momento de devanarse los sesos para encontrar la mejor manera de interactuar con el mercado es mientras se está creando el arte, no cuando ha fracasado. Por otra parte, es perfectamente adecuado que le preguntes al artista si quiere hablar sobre cómo aumentar las probabilidades de que su público entienda mejor su arte.
Es inútil que intentes tranquilizar al artista. Nunca serás capaz de tranquilizarlo suficientemente como para que supere el abismo constante que conllevan cada decisión, cada proyecto y cada táctica. Un artista necesita que lo confortes asegurándole que ha elegido un camino loable y que le hagas saber que cuenta con tu apoyo. Pero la tranquilidad sobre su trabajo debe nacer en su interior. La mejor pregunta que puedes hacerle a un artista es: «¿Cómo vas a conseguir que funcione?».
Intenta diferenciar entre las críticas que el arte suscita en una persona (tú) y la difícil comprensión empática que despierta en las demás. Tal vez no te guste a ti, pero no es justo generalizar y decir que no le va a gustar a nadie. Si no eres capaz de entender la obra desde el punto de vista del público, quizá sea mejor que no digas nada.
El artista necesita que le demuestres un compromiso inquebrantable con su misión. Este es el precio más alto que tienes que pagar por estar con un artista y apoyarlo, y sí, probablemente puedes invertir aún más tiempo, pasión y dinero para hacerlo. Parte del apoyo a esta misión consiste en empujar al artista a ser más comprometido, no menos; en empujarlo a demostrar más concentración, agudeza y singularidad, no menos.
(…)
El artista no necesita que le ofrezcan una escapatoria para evitar crear arte. No necesita que le recuerden la realidad, o los abogados, o las normas, o incluso las leyes de la física. El artista simplemente necesita que lo animen, lo engatusen y lo apoyen para crear un arte mejor.”
Seth Godin, El engaño de Ícaro.

No tengas nada, experiméntalo todo

– No sabía que el señor Kane coleccionara diamantes.
– No, colecciona a una persona que colecciona diamantes.
Ciudadano Kane.
De todos los miedos que existen, el más estúpido es temer la felicidad.
Cuando estamos abajo, aunque no nos guste, sabemos que todo lo que venga será mejor. Justo al contrario de lo que ocurre cuando estamos arriba. En temas de satisfacción, nos gustan más las escaleras que los toboganes. Aceptar que el siguiente paso puede llevarnos a una zanja o a un escalón es la primera premisa para no quedarnos bloqueados y atrevernos a caminar. 
Si bien en la adversidad nos sentimos más desdichados, en la dicha nos sentimos más vulnerables. Como escribe Brené Brown, “es más fácil vivir en la decepción que sentirse decepcionado. Te sientes más vulnerable cuando entras y sales de la decepción que cuando tienes en ella tu campamento permanente. Sacrificas la dicha, pero sufres menos”. Lejos de disfrutar cuando todo va viento en popa -y a toda vela- , nos preocupamos por si deja de soplar y nos quedamos en medio de la mar.
¿Quién podría temer la felicidad? -quizás estés pensando. Aquel que teme perderla. ¿Y quién puede temer perder? Aquel que cree que algo le pertenece.
“No existe la ganancia o la pérdida. Existe el disfrute o no de lo que te rodea.”.
El miedo a perder
Como el ser humano tiene una tendencia tan marcada a adueñarse de todo, pocas cosas pueden perturbarle más que verse despojado. “Si no tengo, ¿quién soy?”, podría preguntarse. Así, mientras piensa y busca fórmulas para no perder, olvida que la solución es no poseer.
Las tenencias son artificios del hombre (principalmente del occidental). La cosa vendría más o menos a ser así: alguien algún día dijo “esto es mío”, le puso una valla y un buzón a su nombre y los siguientes no solo se lo creyeron sino que se lo quisieron comprar. El verbo tener (poseer) indica propiedad, y la propiedad no es otra cosa que un ‘autoagenciamiento’ de algo que o no es de nadie o es de todos. No existen tenencias fuera de los registros y de nuestra mente. Por lo tanto, no existe la ganancia o la pérdida. Existe el disfrute o no de lo que te rodea.
El miedo a perder… en el amor
Si adueñarse de las cosas ya trae consigo importantes consecuencias, peor lo es cuando lo hacemos con las personas. El amor no admite capitalismo(s). Nadie es de nadie, ni por pertenencia, ni por contrato. El amor puro es fruto de dos cuerpos que, libres, deciden encontrarse. En una relación pura no existen derechos u obligaciones, sino deseos y voluntades. La posesividad o los celos no solo hacen un daño terrible a quien lo sufre, sino que suele terminar por destruir la relación. Quien se siente dueño de otro está tan preocupado por no perderle que olvida que la mejor solución para que no se vaya es ganarle cada día. La posesividad se alía con el miedo para sacar lo peor de las personas. “Mientras te preocupas por si te quiere o no te quiere, te estás cargando la flor”, decíamos con la foto de una margarita.
“En una relación pura no existen derechos u obligaciones, sino deseos y voluntades.”.
Otro curioso caso dentro de la estupidez de temer la felicidad, es el de quien ni siquiera comienza por temor al fin o quien, directamente, se inflige el propio daño para que no se lo haga otro. Echar a alguien de tu lado por temor a perderle es como pegarse un tiro por temor a morir.
Que el miedo a perderle no te quite la suerte de ‘tenerle’. No temas perder, acepta que nada es tuyo y que no existen las posesiones sino las experiencias y las oportunidades. No se puede disfrutar aquello de lo que no podemos renunciar. Por eso, aprende a vivir sin apegarte, sin necesitar… No exigiendo, prefiriendo, disfrutando.
No temas perder, porque nada es tuyo, teme no disfrutar de las incontables riquezas de las que disponemos.
No tengas un amigo, vive una amistad; no tengas un novio/a, disfruta del noviazgo; no tengas nada, experiméntalo todo.

No te quedes en blanco.


Tu mejor CV es tu personalidad.

Que nos pregunten ‘qué quieres ser de mayor’ y respondamos con una profesión dice mucho acerca de en qué nos hemos convertido. No se trata de una pregunta sobreentendida, sino de una sutil creencia de que somos lo que producimos.
Los títulos están muy bien y en ocasiones son imprescindibles, pero lo que realmente marca la diferencia es tu forma de ser. Viajar, leer, escuchar, visitar centros culturales, conciertos, abrirse al amor, compartir con los amigos o ayudar a los demás es mucho más enriquecedor que cualquier diploma y, sin embargo, menos tenido en cuenta. Hay quien puede pensar que todo eso no es prioridad si buscas un trabajo –pues no se pone en el currículum-, pero la cara y los ojos no engañan: a las grandes personas todo el mundo las quiere cerca, ya sea en un trabajo o en un bar.
El desarrollo profesional es solo una rama del desarrollo personal, una matrioska pequeña dentro de una matrioska grande. Limitar el aprendizaje a las capacidades o habilidades laborales y olvidarse de ensanchar como seres humanos es volar demasiado bajo, algo así como aprender todo lo posible sobre barcos, pero nada sobre el mar: un marinero en tierra. Insuficiente.
“¿Cuánto tiempo dedicas a obtener títulos? ¿Cuánto dedicas a ser mejor persona?”.
Se habla de unas nuevas generaciones sobrecualificadas, pero yo sigo viendo gente que no dice buenos días al llegar a la oficina o que no te ayuda porque a él no le pagan por eso. Somos una sociedad muy preparada si se entiende que somos máquinas de producir, pero somos humanos, ¡joder!, y ahí no estamos tan preparados.
Todo lo que pongas en tu CV lo podrán poner muchos otros. Siempre habrá, incluso, quien pueda añadir más idiomas que tú, más experiencia que tú y más referencias que tú. ¿Por qué iban a elegirte a ti? Si quieres destacar de verdad, trabaja en ser una persona maravillosa que todo el mundo quiera en su equipo, aunque luego no seas tan bueno haciendo algo. La gente alegre, humilde, proactiva y optimista aprende rápido.
Creo que la tendencia que, ya no el mercado en particular, sino el mundo en general reclama, no es a la especialización productiva, sino al pleno desarrollo de las potencialidades humanas. Dicho de otra forma: el futuro es ser una persona cojonuda. Un mundo cada vez más inteligente no obvia que la máxima expresión de la inteligencia es la bondad y la humanidad.
Hoy en día, el mayor elemento diferenciador no es que seas capaz de producir mucho y bien. Eso muchos pueden hacerlo. El elemento diferenciador es que seas una persona íntegra y noble, pues a eso pocos están dispuestos.
¿Cuánto tiempo dedicas a obtener títulos? ¿Cuánto dedicas a ser mejor persona?
El blanco no es solo un color. Es también ese espacio que queda cuando le preguntas a alguien: “y después del máster, ¿qué vas a hacer?”.
El primer motivo de sacarse más títulos no es siempre estar más cualificado, es rellenar el tiempo hasta que algo aparezca. El que de verdad quiere ser bueno en algo pasa horas en la biblioteca, comprando libros en Amazon, yendo a conferencias o seminarios y rodeándose de gente lúcida. Es lo que cada uno hace al salir de clase lo que mide quién espera a que le encuentren y quién sale a la búsqueda; quién espera ser el escogido y quién decide ser el que escoge.
En un mundo de consumismo, el momento favorito son las rebajas: conseguir lo máximo con lo mínimo. Llevamos un estilo de vida en demanda. Es decir, nos ponen los requisitos y tratamos de responder ante ellos. No damos lo que podemos, damos lo que nos piden. Así funciona el sistema de CV. Hay que dar siempre más de lo que te piden. Por eso la gloria no se la llevan los que dicen “a ver si llego”, sino los que dicen “a ver hasta dónde puedo llegar”.
Hay una ley entre los atletas que dice que si quieres saltar 2 metros, tienes que imaginar que el listón a 2,10, o que si quieres correr más rápido los 100 metros debes hacerlo como si la meta estuviera 5 metros más adelante. Lo mismo ocurre con los karatecas que rompen ladrillos, deben poner el foco del golpe más abajo del último bloque para romperlos todos. Es pasarse para llegar o, como titula Fernández Pujals en su último libro, apunta a las estrellas y llegarás a la luna.
“A las grandes personas todo el mundo las quiere en su equipo.”.
No soy muy dado a contar historias mías en esta web porque creo que lo más importante es el mensaje y lo que cada uno extraiga y no el autor. Pero como creo que esta anécdota puede inspirar, la voy a contar a pesar de mí.
Hace tres años, antes de dejarlo todo para dedicarme a mi verdadera pasión, yo estaba trabajando en una buena agencia de comunicación y publicidad. Cuando hablé con los “jefes”, me ofrecieron mejoras cualitativas y cuantitativas si seguía. Hablando con una de mis compañeras, “jefa” también, y una de las personas más extraordinarias que he conocido, le dije: “No entiendo cómo podéis querer que me quede. Yo no puedo dar el cien por cien en algo que no amo. Me sorprende que no me hayáis echado antes –bromeé –”. “¿Sabes por qué? –me dijo–. Porque nos haces sonreír cada mañana”.
Quizás pienses que ser una gran persona no vale la pena. Si tu argumento es “a mi no me pagan por ser una gran persona, me pagan por producir”, definitivamente eres un robot. Si lo único que te interesa es ganar dinero, tú no eres un hombre, tú eres una tarjeta de crédito. Y si eres emprendedor y trabajas para ti, debes saber que hoy la calidad no importa tanto como el carisma, el liderazgo o la confianza.
Y quizás pienses también que solo triunfan los egoístas o los cabrones, que hace falta ser un león y que este mundo es una selva. Todo depende de lo que entiendas por triunfar. Si para ti triunfar es tener dinero, coches, chicas o chicos, casas, y que hablen de ti en la tele, o si para ti triunfar es ser una persona extraordinaria de los pies a la cabeza.
Así que, ya sea tu profesión o tu sueño pensar, tocar el piano, bailar o jugar al fútbol, deja de trabajar para ser bueno de cabeza, manos, cadera o pies y empieza a trabajar para ser bueno de corazón, porque aunque parezca que no produce nada, es de donde parte la sangre que riega todo lo demás.
Invierte en desarrollo personal. Lee mucho, viaja, trabaja tus defectos, rodéate de ambientes interesantes, elimina la basura de tu vida, trabaja la humildad y el amor, escucha, enfádate con la pereza, suda, curioséalo todo… No pienses tanto en los títulos y conviértete en una persona de calidad, porque a las grandes personas todo el mundo las quiere en su equipo.
Tu mejor CV es tu personalidad.

jueves, 15 de octubre de 2015

Gánate el ‘no’

Intenta convertirte no en una persona de éxito,
sino más bien en una persona de valor.
Albert Einstein.
Hay tres momentos clave en una decisión: dónde pones la coma, cómo usas el “es que” y qué pones detrás del pero. Si dices “lo quiero, pero es que es difícil” o “es difícil, pero es que lo quiero”.
Encontrar algo que te gusta de verdad es demasiado difícil como para vestirlo de excusas. O vas o no vas, pero no te andes con rodeos o intentos a medio gas. Un sueño es una pregunta de sí o no, es absurdo divagar.
Existe una frase que nunca me ha gustado a pesar de sus buenas y efectivas intenciones: “el no ya lo tienes”. No, el no no lo tienes, hay que ganárselo. No hacerlo sería no hacer justicia con quien sí que va, llama a la puerta, lo intenta y le dicen que no. Cautos y valientes están en lados diferentes de la raya. Hasta el fracaso hay que merecerlo.
Vivimos en una cultura muy sensible al fracaso, donde la gente se prepara para el reconocimiento y no para la gloria. Es en el esfuerzo y no en el resultado donde reside la dignidad. Vale más una derrota en la que los dos equipos compiten en buena lid y máxima entrega que una victoria en la que al otro equipo le han anulado un gol legal o simplemente ha jugado mal. Es más fácil ganar que merecerlo y, sin embargo, se prefiere ganar (a cualquier precio).
“La gente se prepara para el reconocimiento, no para la gloria. ”.
Con frecuencia nos creemos que lo importante en la vida es todo aquello que puede compararse, como el dinero, la belleza, el reconocimiento, etc., pero solo son tonterías de quien se mira a través de los ojos de los demás. Si usamos nuestra propia mirada descubriremos que lo realmente valioso es cuánto damos de nosotros mismos y con qué pasión e intensidad nos entregamos: cómo exprimimos cada instante, cómo disfrutamos, cómo nos damos a los demás y cómo rebañamos el plato que cada día tenemos delante. Nuestras vidas serían mucho más ricas sin en vez de medirnos en función de nuestros éxitos o nuestras posesiones nos midiéramos a partir de nuestras aventuras.
Rafael Santandreu repite una y otra vez: “lo que da valor a una persona no es si es rico, elegante o inteligente, sino su capacidad de amar”. Amar entendido como concepto puro y pleno, no como una acción condicional o como un verbo reservado para las relaciones de pareja. Amar es una actitud ante lo que nos rodea: es sentir que eres del mundo y que, de alguna forma, el mundo es tuyo; que no tienes que pedir permiso para lo que por derecho te pertenece y, ni mucho menos, hacerlo a quienes hacen de la risa y la devaluación un modo de posicionarse y saber quiénes son. A fin de cuentas, hagas lo que hagas, siempre habrá en Twitter alguien diciendo que eres idiota. (Pero, ¿quieres saber un secreto que he aprendido? Cree el idiota que el idiota es el otro. Sssshhh).
Olvídate de esos conceptos de supermercado sobre el éxito y el fracaso. Apaga la tele. O, mejor, aprende cuándo cambiar de canal, ‘¡autoedúcate!’. Por todos lados te van a decir que si no ganas no eres un ganador, que si pierdes eres un perdedor, que para ser necesitas tener, que los guapos valen más y que en este mundo sirve hacer o decir cualquier gilipollez para ser reconocido. Ruido. Tápate los oídos, y apuesta por el mundo en el que tú de verdad crees, dejando a un lado si lo consigues o no lo consigues. ¡Eso es ser un ganador! No pienses en los aplausos, porque cualquiera aplaude hoy cualquier cosa. Sé tú quien se aplauda.
“Hay dos tipos de personas: los que dicen que algo es imposible antes de intentarlo y los que lo dicen después.”.
Cuando uno elige darlo todo, el resultado se vuelve algo externo ante lo que poco más se puede hacer. No existen las garantías cuando nos vemos mezclados con tantas variables. Sería pretencioso pensar que todo depende de nosotros. La frase “si quieres, puedes” es mentira: si quieres, puede que puedas. La verdadera diferencia está en qué haces ante la incertidumbre, si te rajas o si pruebas. Por eso, hay dos tipos de personas: los que dicen que algo es imposible antes de intentarlo y los que lo dicen después.
No podemos elegir ganar, pero lo que sí que se puede elegir es qué grado de esfuerzo, pasión y atención ponemos en la tarea. En el ruedo de la vida no tenemos control sobre el triunfo, pero lo que sí podemos decidir es con qué traje volvemos a casa, si con uno brillante e impoluto o con uno lleno de barro y agujeros. Uno no puede asegurar una victoria, pero sí puede elegir la calidad, el honor y el decoro de –si ha de darse– la derrota. Si has de perder, que sea merecido. Gánate el no.
Es difícil apostar cuando sabes que puede que no lo consigas. Hace falta mucho coraje para seguir cuando sabes que la recompensa siempre viene con retraso y que este a veces es eterno, pero es precisamente ahí donde está la diferencia entre vivir la vida de otros o vivir la tuya propia, entre un por  y un para, entre quien hace algo para lograrlo y quien lo hace porque lo ama. Vivir en el amor es el éxito más elevado al que puede aspirar un ser humano.
No importa que no lo consigas, importa que estés en la primera línea del campo de tu batalla y que confíes en ti, porque creer en ti no es saber que lo vas a conseguir, es saber que mereces hacer lo que amas.
– “El cementerio está lleno de valientes”, -me dijeron.
– Sí, pero son los que más flores tienen, -respondí.