“Pensaba follarte y luego pasar directamente a otra,
pero no ocurrió así”.
Desmontando a Harry (Woody Allen.)
Los grandes regalos no suelen tener hueco en nuestra casa. Tenerlo supondría haber estado viviendo con un gran vacío mientras llega. Es por esto que muchas veces rompen y obligan a reorganizarlo todo. Y es por eso que mucha gente los desecha, porque aceptarlo supondría un fuerte cambio de planes.
Las personas más especiales no van a aparecer en tu vida en una mañana soleada en la que todo está perfecto, quizás lo hagan en mitad de una noche de lluvia. Nunca es el momento perfecto para la tormenta perfecta. Nada es más difícil de encajar que dos vidas.
La salsa de la vida no son los sueños, ni las metas. Ni siquiera sus logros. La salsa de la vida son las sorpresas. Aunque parezca mentira, hay quien tiene sobre la mesa un regalo envuelto y no lo abre. “¿Para qué?… si no necesito nada”, “tendré que devolverlo…”, “no lo merezco”, etc. Pero los regalos no se merecen, se dan, se reciben y se abren… pero no se merecen. Muchas veces, de hecho, los regalos son injustos y caen en manos de quien solo merece carbón, pero precisamente por eso son regalos, porque son una nueva oportunidad para darle a nuestra vida un rumbo diferente.
¿Por qué controlarlo todo? ¿Por qué vivir anticipando? Es cierto que saber lo que se quiere y dónde se va son pilares indispensables para adueñarse de uno mismo y caminar sin dar rodeos. Sin embargo, en todo intento de control y dirección de nuestra existencia debe haber un espacio para acabar a la deriva. Un espacio para la magia, el misterio y las sorpresas. Como los pájaros: momentos de aleteo voluntario seguidos de momentos en que cerrar los ojos, abrir las alas y planear.
La verdadera riqueza no está solo en rodearte de aquello que encaja a la perfección con tus gustos, tus hábitos o tus preferencias. Todo aquel que se aferra a un catálogo pierde más de lo que gana, pues en un mundo tan rico nunca una lista incluirá más cosas que las que deja fuera. La verdadera riqueza está en saber cuándo tomar el control y cuándo soltar el volante, apagar el GPS, dejarse llevar y llenar tu vida con unas pizcas de alboroto. Enriquecerse no consiste en poner el mundo a nuestro servicio para que encaje, sino en estar dispuestos nosotros también a ponernos al servicio del mundo, ser unas veces pie y otras zapato.
“El amor muchas veces empieza en acojone, es su forma de decir “aquí has de buscar””.
Presumimos con demasiada facilidad de que nos gustan las aventuras. Pensamos que una aventura es subirse a un avión, saltar por un paracaídas y compartir la foto, pero a pesar de ser una experiencia excitante, le falta el toque más importante de una aventura: la incertidumbre. A fin de cuentas, cuando saltas, sabes que lo más probable es que vuelvas a tocar la tierra de la que partiste. Ahí acaba todo. Sin embargo, en las auténticas aventuras el final está abierto. La valentía está en atreverse a no volver, aunque al final acabes tomando el camino de regreso, porque no importa que vuelvas tanto como que fueras con la intención de entregarte al momento y sin retrovisor. Las mejores historias no compran billete de ida y vuelta. Vuelvas o no.
Asusta mucho dejar de hacer lo que siempre has hecho y reconocer que hay una chica o un chico que te encanta para quien no estabas preparado. El amor muchas veces empieza en acojone, es su forma de decir “aquí has de buscar”. Pero en un mundo de perfeccionismo y exigencias nada apetece más que quedarse en casa debajo de la sábana. Es la zona más segura y da miedo abandonar tu estado habitual. Por eso el amor hace a veces temblar, porque amar es crecer y porque crecer requiere abrirse a la zona de inconfort.
Poder decirle a alguien “nunca conocí a nadie como tú” es objetivo y peaje. Objetivo porque nadie debería estar con alguien que, en cierto modo, no de la vuelta a su mundo y le cambie su forma de mirar, y peaje porque todo nuevo mapa asusta.
“Uno no ve un diamante y sigue caminando”.
Ve o no vayas, pero si te quedas que sea porque donde estás lo amas, no porque donde pudiste ir lo temes. No existe una buena vida y una mala, o, mejor dicho, no hay una sola fórmula para vivir felizmente. No se trata de vivir soltero, en pareja o alternando, sino de elegir lo que queremos con la total libertad que solo otorga haberse atrevido a probar con plena atención, no con un pie en la orilla y otro en el agua, sino con los dos a la vez y de un salto. Prueba, conoce, pero a corazón abierto, (recuerda, como los valientes: de un salto y sin retrovisor), y una vez lo hayas hecho, elige, pero que no decida tu vida ni el miedo a lo nuevo ni el amor a lo seguro, pues si de algo son enemigos el miedo y la seguridad es del crecimiento.
Nadie realmente genial va a aparecer en el momento que tú esperas. Ella no lo va a hacer. Él no lo va a hacer. Aparecerá cuando estés despeinado, cuando simplemente buscabas paz, cuando “solo ibas a sacar al perro” o cuando “una copa y nos vamos”. ¿Qué vas a decirle entonces? “¿No, perdona, es que el martes me toca leer el nuevo artículo de El universo de lo sencillo?”. Uno no ve un diamante y sigue caminando. Ojalá llegue un martes en que no estés por aquí porque alguien ha roto tus planes. Ojalá te eche de menos porque estés improvisando.
Déjate sorprender, atrévete a probar y decide después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario