Puede que hace algunos años nos fascinase tener a alguien que se arrastrase por nosotros, capaz de dejarlo todo por estar a nuestro lado. Soñábamos con un amor ciego, sordo y mudo, y estábamos dispuestos a darlo todo también, hasta perdernos. Nos parecía maravilloso escuchar a alguien decir “no puedo vivir sin ti” o ver cómo dejaba de quedar con sus amigos por estar a nuestro lado.
“No podrás querer a nadie más de lo que te quieras a ti mismo”
Podemos ser adictos a muchas emociones, por eso dicen que enamorarse puede ser una droga tan letal como la cocaína. Es muy diferente querer a alguien que depender, aunque el lenguaje del amor muchas veces nos confunda con falsas pistas, como frases románticas que nos han vendido tantas canciones o películas, y que en realidad están contaminadas de egoísmos, actitudes posesivas y una muy baja autoestima.
“Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende…
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender…
Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas”.
Fragmento del poema “Con el tiempo uno aprende”, de Veronica A. Shoffstall.
Con el tiempo vamos descubriendo que el amor es otra cosa, y las relaciones distan mucho de ese tipo de relaciones parasitarias que tanto nos vendió Hollywood. Llega un momento en que no hay nada que resulte más atractivo que alguien que se quiera a sí mismo; una persona que elija quererte, aun cuando ya estaba feliz sin estar a tu lado.
Nosotros mismos nos vamos dando cuenta de que podemos estar solos, y de hecho se está muy bien soltero. Por eso, si elegimos estar con alguien no es porque no podamos vivir sin él o sin ella, sino porque nos merece la pena a pesar de estar tan bien solos. Nos compensa renunciar a la comodidad de abrir la nevera y coger cualquier cosa, o tener media cama en vez de una entera, y adaptarnos a los gustos de la tele del otro.
Tener una relación implica adaptarse, pero cuando quieres a alguien te merece la pena.
Es muy fácil caer en determinadas rutinas de dependencia, y a todos nos puede pasar en un momento dado. Porque más allá del amor, el otro puede ser un compañero, alguien que escuche nuestras penas, que nos venga a recoger al trabajo, o que nos haga masajes en la espalda. Podemos acostumbrarnos a que nos desabrochen el vestido por detrás, o a que nos preparen aquel plato que nos encanta. Pero cada día, cada instante, deberíamos recordar que somos libres de quedarnos o marchar, y es sobre el suelo de esa libertad constante donde podemos construir un amor sólido y auténtico.
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