Cada día hay muchas cosas que pensamos y no decimos, ¿por qué? A veces por educación, otras porque las damos por hechas y el resto por miedo a la reacción que puedan provocar. Callarse algo por creer que la gente ya lo sabe o por miedo tiene otra explicación: imbecilidad. Es duro aceptarlo, pero sí, todos somos un poco imbéciles.
Una vez alguien me dijo que un pensamiento no expresado es un pensamiento perdido. Pero creo que no es del todo cierto, porque en muchas ocasiones existe el factor “y si…”. Y ese “y si…” es como un cáncer que se va reproduciendo en tu interior, que te destruye ante la perspectiva de que tal vez, si hubieses dicho lo que pensabas, todo habría sido diferente, mejor.
Y todos sabemos de sobra que esos pensamientos no sirven de nada porque lo que ha pasado, pasado está, pero aun así la tentación de imaginar una realidad distinta suele ser demasiado tentadora. Me gustaría que todas esas cosas no dichas creasen una especie de vida paralela y que alguien me enseñase todo lo que no ha pasado por mi culpa. En plan “mira lo que te has perdido, gilipollas”.
Porque creo que esa será la única manera en la que aprenderé que las cosas hay que decirlas sin miedo alguno. ¿Qué problema real hay en decir algo que ya has dicho antes? ¿Te podrían llamar pesado? Ya ves tú. ¿Acaso no es peor arriesgarse a no dejar lo que piensas o sientes lo suficientemente claro?
Hay una canción de Garth Brooks que se llama “If tomorrow never comes” que habla precisamente sobre esto, de qué pasaría si muriésemos sin asegurarnos de que la gente sabe lo que sentimos. Pero no hay por qué llevarlo solo al terreno de las relaciones, es aplicable absolutamente a todo. Tenemos la preocupación de que se nos recuerde cuando no estemos, ¿no se nos recordará de manera más auténtica si hemos dicho siempre lo que pensábamos aun a riesgo de cagarla?
Y qué decir de todas esas cosas que no han pasado por el simple hecho de que no tuvimos valor de decirle algo a alguien. Espero sinceramente que haya una realidad paralela en la que me atreví a decirle a mi profesor de matemáticas de primero de bachiller que se explicaba como el culo, quizás ese yo ahora está lanzado en su carrera de arquitectura.
Parece una tontería, pero es que la vida puede cambiar mucho con unas simples palabras, y aunque es muy difícil llevarlo a la práctica, no tengo ninguna duda de que es mejor cagarla y tener que rectificar que callarse y estar toda la vida preguntándose qué habría pasado si hubiésemos tenido huevos de expresar lo que llevamos dentro.
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