Hasta aquel septiembre de hace ya algunos años, la palabra amor la habías escuchado en boca de muchos, la habías leído en los libros y la habías visto en las películas. Incluso puede que si te preguntasen hubieses sabido definirla con palabras, pero no sabías ni por asomo que se tratase de aquello que, de pronto, te había inundado por completo. Cuando te enamoraste por primera vez, aquella tarde que nunca olvidarás, esas cuatro letras se quedaron de pronto muy cortas ante todo lo que sentías. Y esa primera vez, esa primera historia de amor, se quedó como un sello imborrable que marcó un antes y un después en tu existencia.
Nada pudo acabar con ello, con esa imagen perfecta que sigue en tu cabeza de ese primer amor. No acabaron con ella vuestras discusiones, ni las diferencias que teníais ni el desengaño. Por muy roto que quedase tu corazón después de aquel golpe, el menos esperado de todos, el más difícil de olvidar, sigues idealizando ese beso bajo la lluvia, esa complicidad que teníais y esa historia de amor sin final feliz. Por eso, cuando vuelves a besar a alguien, no puedes evitar sentir como si de pronto tuvieras de nuevo quince años. La misma sensación palpitante en el pecho y tu risa nerviosa…, como si volvieras a aquella primera historia, aquella noche y aquella mirada infinita. Los ecos del pasado asoman en tu presente en forma de nostalgia de ese primer amor que siempre habías soñado y nunca hubieras imaginado…
¿Qué tenía ese primer amor que no tuvieron ya los siguientes? En primer lugar, te tenía a ti, en tu ingenuidad más pura. Te abrías al mundo sin miedo, porque de la rosa todavía no conocías sus espinas. Te enamoraste por primera vez, y no había prejuicios en tus palabras, ni comparabas el gusto de su boca con nada que hubieses probado antes. Todo era novedad, ilusión, emociones diferentes y un mundo nuevo que se abría ante tu inocencia.
El problema es que el amor, si se considerase una droga, sería la más adictiva de todas, especialmente el enamoramiento inicial entre dos personas. Por eso, después de la enorme herida que te quedó al terminar aquello, volviste a buscarlo como un vagabundo con síndrome de abstinencia que no se resiste a nada, ni a nadie. El efecto narcotizante de esa sensación eufórica y mágica te invadía hasta el punto de que en todo y en todos volvías a revivir aquella primera aventura amorosa. Pero todo parecía una copia, una simple reminiscencia, como un dejavu de algo que era perfecto pero no pudo ser.
Puede parecer que te quisiera más, que tu pálpito en el pecho fuera más fuerte de lo que has sentido nunca y que la forma en que cambió tu vida ya nunca volviera a repetirse con otros amores. Pero a menudo no es la persona en sí la que nos ha transformado, sino el amor mismo. Por eso algunas personas viven enamoradas del amor, de ese ideal que no pueden olvidar, y tratan de que sus nuevas relaciones encajen a la perfección con esa imagen perfecta: esas noches especiales, esas conversaciones inolvidables y esos besos únicos. Desde esa expectativa y ese ideal, se juzga todo lo que uno vive con sentimientos de insuficiencia, porque lo que no se parece a esa imagen parece menos bueno.
Olvidamos muchas veces que el amor siempre se describe igual pero siempre es distinto, y con cada nueva historia componemos una nueva estrofa que es diferente a la anterior, aunque el estribillo se repita. No es el día de la Marmota, ni nadie se merece que besemos sus labios con el regusto del plato anterior. Por eso, como en los mejores banquetes, donde entre el primer plato y el segundo se sirve un poco de limón para aclarar el paladar y poder disfrutar con la boca limpia, podemos hacer que cada historia sea la primera; la primera y la última. Lo único que puede convertir en monótona la más excepcional de las historias de amor es una mirada cansada que no aprende a renovarse, que se ha quedado estancada en un viejo recuerdo que no le deja volver a sentir… Porque, como dice el cantautor Ismael Serrano, “el amor es eterno mientras dura”.