Llevas saliendo con él varios meses. No sabes muy bien cómo empezó la cosa. Seguramente teníais algún amigo en común, o coincidíais a menudo en alguna parte, o simplemente os encontrasteis en la puerta de un bar y compartisteis fuego.
Probablemente te llamó la atención su voz o te ganó con algún comentario ingenioso o te gustó cómo movía las manos o la manera que tenía de mirarte, como si te sobrara toda la ropa. El caso es que te llamó la atención y tú a él también e intercambiasteis vuestros teléfonos y decidisteis quedar y se supone que ibais a ver una película pero el plan acabó de forma diferente. Así suelen empezar estas cosas.
Y el primer día fue bien. No era magia pero era agradable y te dijiste “¿por qué no?” y volviste a verlo y los días se convirtieron en semanas, y luego se volvieron meses y los meses se tornaron costumbre. Y, sin haberlo decidido realmente, hacéis vida de pareja y de repente te encuentras sentada en su sofá comiendo otra vez comida china mientras veis otra película o un capítulo de algo porque, si te paras a pensarlo, no tienes mucho de lo que hablar con esa persona.
Es en ese momento en el que te das cuenta de que llevas varios meses saliendo con un absoluto desconocido y que has estado tan ocupada en convertirlo en tu novio que se te ha olvidado averiguar quién es en realidad.
En ese momento, claro, te entra cierta angustia existencial y te da por recuperar el tiempo perdido. Empiezas a contarle tu nefasto día o uno de tus pequeños traumas de la adolescencia (todos tenemos traumas de la adolescencia) esperando que él se abra y, de ese modo, tranquilizarte: si él te cuenta lo nefasto de su día o uno de sus traumas de la adolescencia, significará que tenéis una conexión profunda que va más allá de la comida rápida y la afición a la serie de turno.
Pero cabe la posibilidad de que él te mire con cara de susto y una ristra de tallarines colgando de la boca. Es muy probable que expida un “ah” ahogado, que sostenga un rato la mirada para cerciorarse de que has acabado tu perorata y que, después de unos segundos de silencio expectante, vuelva el rostro a la pantalla sintiéndose muy incómodo.
Y entonces tu angustia existencial se tornará certeza: estás saliendo con un desconocido. No sabes nada de él y, si eres sincera contigo misma, tampoco te ha interesado mucho averiguarlo. Te gustó un comentario ingenioso, un movimiento de manos y el calor de su cuerpo. Y está claro que, más allá de la compañía, él tampoco busca mucho más en ti. Y en ese momento caes en la cuenta: a lo mejor no sabes cómo empezó la cosa, pero sabes muy bien cómo va a acabar. Porque sí, ha sido agradable, pero no ha sido real. Y, la próxima vez que estés con alguien, procurarás por todos los medios que sea por una decisión y no por una mezcla de soledad e inercia.
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