Todos hemos estado alguna vez en la típica situación con amigos en que no se consigue decidir a dónde ir a cenar. Cuando ves que el consenso aún no llega y tu estómago cada vez avisa más fuerte del hambre que tiene, piensas: “¿de verdad es tan difícil salir a cenar?” y te tienta la idea de irte solo al cine, y que los demás pierdan su noche pensando en lo que quieran.
Pasan los años, y empiezas a darte cuenta de que con la pareja pasa lo mismo: no te cunden igual los fines de semana, y ni sabes por qué. Los que tienen hijos aún lo tienen más difícil cuando salen de casa: que si cochecito y que si todo el lío. Al final se va volviendo más y más difícil coger velocidad, con esa energía que solías tener y lo rápido que fluía todo cuando vivías por tu cuenta y riesgo…
Entonces, caes en la cuenta de que ir acompañado no es solo hablar por la noche para contaros qué tal el día, apoyarte en su hombro para llorar o compartir la manta y las palomitas en el sofá. Tener pareja es también hacer equipo; estar dispuesto a ceder unas cuantas veces, y a perder muchísimas horas, sobre todo al principio, para expresarte, escuchar al otro y conoceros cada vez mejor.
Perder 1 día puede hacer que ganes 100 a la larga
Con el tiempo, aprendes a coordinarte, y la distancia entre la decisión y la acción se reduce bastante, como te pasó contigo mismo, que al principio ni sabías qué querías en la vida y llega un momento en que sabes exactamente lo que quieres con los ojos cerrados.
Lo que pasa es que por mucho que hagamos por entendernos, siempre seremos personas distintas. Por eso habrá muchas veces en que no se harán las cosas como a nosotros nos gustaría. De hecho, si la relación está compensada, seguramente el 50% de las veces no hagas lo que te gusta con tu pareja. Puede que hayas encontrado a alguien que comparta muchas afinidades contigo, y en ese caso habrás hecho una buena elección de compañero de equipo.
En todo caso, es cierto que si vas solo llegas antes y todo es más fluido y fácil, pero a menudo te pierdes experiencias increíbles. Piensa en esa noche que improvisaste y conociste a aquella persona, o en el viaje en que no ibas con todo programado y te cambió la vida.
Muchas veces en la vida, cuando intervienen factores externos o decisiones de otros, nos ponemos nerviosos y sentimos que perdemos el control, pero hay que aceptar que no siempre podremos prevenir cualquier situación, y que a menudo en los momentos más inesperados es cuando tenemos experiencias maravillosas, y seguramente si siempre llevásemos nosotros las riendas al cien por cien, nos perderíamos gran parte del encanto de estar vivos.
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