Lo reconozco: no dije “Te quiero” a ninguna de mis dos últimas parejas. No fueron relaciones demasiado largas ni especialmente relevantes. Pero probablemente no fueron relaciones largas ni relevantes porque ninguno de los dos dijo “Te quiero”.
Creo que mis relaciones pasaron a ser ambiguas cuando salí del pueblo. Crecí en un pueblo muy pequeño, donde mi círculo social era muy chiquitito y conocía a cada uno de sus integrantes perfectamente. Digamos que había poco donde elegir y, en medio de ese pequeño círculo, siempre había alguien que resaltaba. Esa era la persona que escogías y centrabas tus esfuerzos en vivir algo con ella, porque tenías claro que era la única que te interesaba de esa manera. La apuesta, por así decir, era fácil: no podías imaginarte con nadie más.
Pero de repente sales a un mundo más amplio y las opciones se vuelven casi infinitas. En cuanto sales a la calle tienes ante ti un catálogo interminable de personas que son, a su vez, un catálogo inacabable de potenciales parejas. Y todas y cada una arrastramos una mochila de decepciones y de relaciones tóxicas: parejas absorbentes que intentaron aislarnos, parejas indiferentes que nos tomaron por una mascota, personas que jugaron con nuestros sentimientos. A veces, esa persona fuiste tú y tienes miedo de repetir el patrón. A veces, sufriste ese tipo de experiencia y te da pavor volver a verte en esa situación.
Y la solución que hemos encontrado ha sido relacionarnos, pero poco. Porque somos humanos y necesitamos querer y sentirnos queridos, pero eso es muy peligroso. Porque entendemos que, si queremos, somos vulnerables. Entendemos que, si queremos, pueden hacernos daño. Y entendemos que, si nos quieren, podemos hacer daño. Así que es habitual encontrarse en relaciones tácitas, relaciones que buscan sólo la parte agradable de estar juntos (sexo, compañía, diversión) pero que tratan de eliminar todo lo que supone un riesgo (compromiso, apoyo mutuo, crisis). Y, cuando las cosas se ponen difíciles, nos separamos sin ruido y volvemos a ojear el catálogo andante que hay ahí fuera.
Creo que no decimos “te quiero” porque supone una apuesta. En el momento en que le dices a alguien que le quieres, estás distinguiéndole sobre el resto de personas. Y desde ese momento, estás demostrando que no sólo te interesa la parte amable de la relación sino también la parte cruda. Y en un mundo donde es tan fácil eliminar a alguien y sustituirlo, eso es un acto de valentía sin precedentes.
Querer nos pone en una situación de vulnerabilidad y sería hipócrita negarlo. Por muy independientes que seamos, por muy completos que estemos, en el momento en que distingues a una persona en el océano de gente que existe, estás dándole la posibilidad de hacerte daño. Eso es un hecho. Porque esa persona va a ser, para ti, más importante que la mayoría de la gente. Pero querer nos hace fuertes y, decirlo, más todavía. Porque estamos haciendo las cosas explícitas. Estamos apostando. Estamos decidiendo. Y sólo una persona fuerte es capaz de soportar un desengaño o un rechazo. Una persona valiente sabe que querer puede doler, pero no romper.
Y, al fin y al cabo, no es cuestión de acertar sino de apostar.
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