Hoy he venido a decir que me rindo, que es imposible llegar a todo. No puedo estar al día con todos mis amigos, dar el 110% en el trabajo, consolidar una relación idílica con mi novio, comer cada día 5 piezas de fruta y verdura cuatro días a la semana, vivir en una casa en perfecto orden y limpieza, entrar en una 38, hablar con mis padres por teléfono el número de veces por semana que ellos consideren correcto y mantener todas mis redes sociales actualizadas. NO PUEDO.
La búsqueda de la perfección es un auténtico coñazo, además de conducirte a una frustración constante y a la decepción, en un momento u otro, de los que están a tu alrededor. Si no es el colega que se cabrea porque no sabe de ti en dos meses, es tu hermana que se queja porque ya no se acuerda de tu cara. A las mujeres se nos exige esto y mucho más. Sí, lo siento hombres del mundo, pero las mujeres tenemos el listón más alto y el sentimiento de culpa más a flor de piel. Si no rindes al máximo en el curro, es que tienes la regla o te afectan las hormonas. Mamá te hace sentir que la has abandonado porque no la llamas todo lo que ella quisiera y te envía wasaps tipo “espero que estés bien, me gustaría oír tu voz”. Y si llegas a casa extenuada por un día de mierda, ahí llega el reproche de tu pareja por no tirarte a su cuello cual perra en celo.
Hay más eh. Si queréis vamos a lo físico. También me resulta imposible tener un pelo perfecto e hidratado cada tres días con mascarilla dermoprotectora, pasar cinco horas a la semana en el gimnasio, estar depilada de forma que no asome ni un microscópico pelo, lo de salir a la calle maquillada lo doy por descontado, exfoliar la piel, echarte anticelulitica, una limpieza bucal en el dentista una vez al mes, lavarte los dientes con la pasta y usar enjuague bucal, cortarte las puntas cada dos meses y no tener los talones agrietados.
Me adelanto a la respuesta fácil: todo esto lo sientes porque tú eliges someterte a la sociedad de la imagen. Pero No. Yo ni elijo ni dejo de hacerlo. La realidad se impone y mientras que los diferentes productos de belleza femeninos podrían dar la vuelta a la tierra tres veces, los de los hombres caben en un bolsillo. Por supuesto que si un día no quiero echarme rimmel o me apetece meterme una pizza entre pecho y espalda en lugar de subirme en la elíptica, lo voy a hacer. Pero los cánones que llevan años atenazando al género femenino, pesan. Y mientras que todos flipáis porque Hugh Jackman está con una mujer objetivamente más fea que él, a nadie le sorprende que Jennifer López haya tenidos dos hijos con Marc Anthony.
Luego ya, en otro nivel, querrán que tengamos críos pero que a la vez mantengamos todo lo demás: que seamos culturalmente activas, leamos cinco libros al mes, estemos al tanto de los últimos estrenos, llevemos todas las series al día porque, si no, te ‘espoilean’, que leamos los artículos más interesantes, que hayamos visto el último capítulo de Salvados y sepamos todo de los pactos políticos. Es inviable. Así que esto es un alegato contra el sentimiento de culpabilidad. Si no se llega a algo, no pasa nada. Y si te cruzas en el metro con una tía de pelo suave y sedoso, seguro que lleva tres meses sin escribir a su más íntima amiga, o toda la semana pifiándola en el trabajo. ¡Vivan las mujeres imperfectas!
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