Cuando me contaron que mi amigo le estaba poniendo los cuernos a mi amiga, lo primero que sentí fue incredulidad. Llevaban unos tres años juntos y, al menos desde fuera, su relación parecía casi idílica. Mi primera reacción fue defender a mi amigo y asegurar que él no haría algo así. Reconozco que fui bastante injusta: me enfadé con la persona que me lo contó. Luego le pedí disculpas. Pero en el momento lo que pensé es que estaba dando crédito a cotilleos infundados y eso me cabreó muchísimo.
Sin embargo, a partir de ese momento no pude evitar estar con los ojos más abiertos. De forma inevitable, estuve más pendiente a las señales. Y las señales fueron apareciendo. Durante un par de semanas, estuve intentando quitar importancia a las cosas que veía, pero la situación fue volviéndose evidente. Si se hubiera tratado de un desliz, nadie se habría enterado y, probablemente, me habría costado menos hacer la vista gorda. Un día tonto lo tiene cualquiera. Pero lo que estaba construyendo mi amigo era una especie de relación clandestina y, como el mundo es muy pequeño, al final todo se sabe.
Yo sabía perfectamente que mi amigo tenía que tener sus motivos para hacer lo que estaba haciendo. Durante años me ha demostrado que es una gran persona y por eso me resultaba tan difícil admitir que estaba haciendo algo tan feo. Podía entender que se hubiera enamorado de otra persona, pero no me entraba en la cabeza que estuviera engañando a mi amiga. De verdad que no era capaz de entenderlo.
El problema estaba en que su pareja, la persona engañada, era mi amiga también. Y callarme algo tan grave me ardía por dentro. Porque si hubiera sido ella quien se hubiera enterado de que mi pareja me estaba engañando y no me lo hubiera dicho, yo lo habría considerado una traición. Pero si le decía lo que sabía, estaba traicionando a mi amigo. Vamos, que hiciera lo que hiciera, tenía que traicionar a alguien, así que la perspectiva era, desde cualquier ángulo, un horror.
Además, había otro punto, y es que no me sentía con la potestad de entrometerme. A día de hoy, lo de hablar con personas que me importan sobre sus relaciones sentimentales me pone en bastante conflicto. Es muy difícil encontrar el equilibrio entre estar metiendo las narices donde no te llaman y mirar a otra parte. ¿Tenía derecho a destapar lo que estaba pasando entre mis amigos? ¿Las parejas son micro-cosmos donde los demás no estamos invitados? ¿O mi papel en esa amistad me obliga a compartir una información que mi amiga necesitaba saber? ¿Cómo puedes opinar sobre una relación si no la estás viviendo?
Al final, tuve que tomar una decisión. Llamé a mi amigo y le dije que lo sabía. Le dije que sentía entrometerme pero que entendiera que no podía hacer la vista gorda ante lo que estaba haciendo. Pero que había querido hablar con él antes porque él también es mi amigo. Le dije que tenía que tomar una decisión: o romper con mi amiga o romper con la nueva chica. Que se lo debía a los buenos tiempos que habían pasado. Que se lo debía a sí mismo, porque él no es un cobarde.
Y, después de tomar mi decisión, dejé que él tomara la suya.
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