Qué distinta sería la vida si pudiésemos elegir desde niños la educación que recibimos. Podríamos decirle a nuestros padres ¡Hey, no me enseñes eso! O quizás halagarlos con un ¡Me encanta lo que me estás enseñando! Aunque en realidad la educación no siempre se trata de aquello que nos enseñan, sino de aquello que aprendemos.
¿Quién no ha oído desde niños que “compartir” y “ayudar al otro” te hace mejor persona? Pero nadie nos menciona a qué precio debemos hacerlo. Sin duda que compartir es una acción que en muchos casos genera una buena reacción y ayudar al otro podría ser muy gratificante cuando tenemos cómo hacerlo.
¿Cuántos podemos recordar a nuestros padres diciendo: “¡No seas egoísta y préstale tu juguete!”? Convirtiendo lo que pudo ser un acto emocionante y satisfactorio en una orden, en una imposición. Nos están “enseñando” a compartir, pero estamos aprendiendo que compartir no es tan bueno y divertido como creíamos, como decían los cómics y las canciones infantiles. Para ayudar yo necesito compartir algo, ya sean energías o recursos, y es por eso que es de lo primero que tratan de enseñarnos desde niños.
Cuando alguien nos dice que no seamos egoístas, nos está pidiendo que no nos preocupemos por nuestros intereses personales. ¿Y qué tiene de malo preocuparnos por nuestros intereses personales? Pues para el individuo promedio eso significa que te vas a convertir en un depredador que destruirá todo a su paso con tal de conseguir cualquier cosa que se te antoje.
Pero, ¿qué pasa cuando mis intereses personales son otras personas? Para los padres ejemplares, su interés personal pueden ser sus hijos. Para los esposos enamorados, su interés personal puede ser su pareja ¿Y eso está mal? Sin duda que no. Lo que motiva a una persona a ser buen padre o un buen esposo no es el placer de ayudar a otros, sino el placer de hacer bien su trabajo. ¿Que otros se beneficien? Eso podríamos llamarlo recompensa o valor agregado. Si algo o alguien es de mi interés, entonces pondré todas mis energías para obtenerlo, conservarlo y protegerlo. No significa que haría cualquier cosa por ello sino que haría todo aquello que esté dentro de mis posibilidades y que sea correcto.
Es muy difícil preocuparse por los intereses de otros si eso no representa los intereses de uno mismo. ¿Qué haríamos si la empresa nos pide que nos esforcemos cada día más solo por generar más rentabilidad sin recibir nada a cambio? ¿Qué pasaría si el Estado nos pide que aportemos más y más en impuestos sin recibir retribución alguna? Hacer todo ese esfuerzo por el puro placer de ayudarlos no parece muy inteligente y más temprano que tarde producirá en nosotros la sensación de estar siendo explotados, de vivir en una esclavitud.
Para satisfacer las necesidades de otro, las mías deben estar satisfechas. Para ayudar a otro debo querer y debe estar dentro de mis posibilidades sin yo sacrificar nada en el camino.
Si mi interés personal eres tú, ¿ser egoísta es malo?
Recuerdo a mi padre cuando me decía, pensá en vos (claro yo no lo hacía), hoy les enseño a mis hijos, que se comparte y se dá (tiempo, regalos, cosas) hasta un límite! Debe haber algo de egoísmo en la vida.
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