¿Te gustan los animales? Normal, con lo buenos que están, eh. A mí me encantan los animales desde pequeñito, de hecho tengo grabada a fuego la muerte de la madre de Bambi. Bambi salió de la cueva al grito de “Mamiiiii, mamitaaaaa”, ¿os acordáis?, mi madre no me dejaba ver Sailor Moon porque decía que eran dibujos eróticos que podían perturbarme, en cambio ver a Bambi buscando a su madre muerta lo veía oportuno para mi desarrollo personal. Curioso.
El caso es que hace unos años vi uno de esos vídeos que ruedan por las redes sobre el trato que dan a los animales en las empresas cárnicas y por favor, no lo veáis. Ese vídeo es como el de la película de terror La señal, a los días veía a la madre de Bambi en cada bocadillo de longanizas que me pedía, y es muy difícil masticar escuchando a Bambi decir “Mamiiii, Mamitaaaa”, así que lo tuve claro y dejé de comer carne. Tampoco puedo escuchar reggaeton por razones obvias. Mantuve una dieta vegana durante 10 meses, luego volví a comer algo de pescado. Supongo que Buscando a Nemo me pilló más mayor… De hecho, si torearan lubinas estaría a favor. ¿Quién no querría ver eso?
Pero yo odio a los vegetarianos o veganos que dan lecciones morales. Dejar de comer carne no te convierte en un ser de luz y bondad. Simplemente dejé de comer carne porque de cada una de las injusticias en las que participo a lo largo del día, esa era la más directa. Porque ese trozo de carne pertenecía a un ser vivo que habían matado para mí. Veo la injusticia, huelo la injusticia y lo mejor de todo, saboreo la injusticia. Eso me impactaba mucho.
Pero siendo sinceros, ayer me compré una lámpara en un bazar chino que me costó 3€. Una lamparita fabricada en una cadena de montaje probablemente por niños con unas condiciones laborales más que cuestionables, “¿y por qué no dejas de comprar en un bazar, Diego?” Pues porque son niños explotados, sí, pero niños explotados que están a miiiiiles de kilometros de aquí, no los veo, no los huelo, no los saboreo. Así que con 3 euritos tengo una lamparita de puta madre que me ilumina por las noches mientras leo mis libros comunistas. No me miréis así, es justicia poética. En Occidente se debería permitir por ley que un vegetariano se coma a lo largo de su vida por lo menos a un chino.
Soy consciente de las injusticias en las que colaboro y hay que aceptarlo. Me hace gracia la gente que pide conejo en un restaurante pero sin la cabeza. “Por favor no me traiga la cabeza que, ya sabe, me recuerda de donde proviene y me corta un poco. Si no le veo la cabeza me hago a la idea de que es un conejo semilla que han plantado y regado a la luz del sol”. ¿En serio? “No me traiga la cabeza que me recuerda de dónde viene”, que manera de eludir responsabilidad. Esto es como ser infiel pero mirando al techo ¡Si no le veo la cara no son cuernos!
No me meto en la vida de nadie pero odio que se metan en la mía. Dejar un hábito que llevas haciendo durante 25 años es muy duro. Es una continua lucha interior entre tu paladar y tu moral. Si dejas de comer carne te vas a encontrar con gente muy imbécil que te pasará una loncha de jamón por la cara diciendote “mmMMMMmm ñam ñam que tierno y sabroso, ¿no quieres un poco? mira que grasita”. Esto es muy cruel porque saben que a mí me encanta el jamón, y saben que cada día libro una batalla entre lo que me encanta y entre lo que creo que está bien. Y eso es injusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario