Miedo. Eso es lo que recorre nuestro cuerpo cuando estamos ahí, delante de alguien, a punto de decir algo, pero al final no lo decimos. Se hace el silencio, y no somos conscientes de que a menudo callarnos significa abandonar la lucha por nosotros mismos o incluso por otra persona. Podemos creer que callamos para hacerles un favor, pero no somos conscientes de que muchas veces el efecto es exactamente el opuesto.
Callamos, y entonces algo se pierde. A veces el que pierde es ese amigo que tanto le hacía falta que alguien le dijera el daño que se está haciendo con esa relación. O pierde ese compañero de trabajo, que como le criticamos por detrás y nunca sabe lo mal que hace su trabajo, seguirá cometiendo sus errores una y otra vez.
También perdemos nosotros mismos, cuando dejamos de pedir un aumento de sueldo o el pago a un cliente, porque nos da apuro. Callamos y con nosotros muere un poco de esa fuerza que tenemos, para luchar por las cosas importantes, y sobre todo, ser auténticos.
Renunciamos a ese momento de sinceridad a cambio de una mirada aprobación, o de una tarde de calma. Lo hacemos a veces con un amigo, con la pareja o con un compañero de clase. En cualquier situación en que nos preocupe lo que pueda pasar si a alguien no le gusta lo que queremos decir. Siempre es más cómodo guardarse todo, evitar conflictos y diferencias.
La Espiral del silencio
También a veces evitamos sacar temas políticos o ideológicos con personas que no piensan como nosotros, para evitar enfrentamientos. Callar nuestras opiniones políticas o sociales es parecido a no votar en unas elecciones: la balanza se inclina hacia el partido que no habríamos votado, porque nuestra posición política ha perdido a uno de sus votantes.
El problema es que vivimos con mucho miedo. Según la teoría de la espiral del silencio, que fue creada por la politóloga Elisabet Noelle-Neumann, hay opiniones en la sociedad que son aceptables y otras que parecen inaceptables, así que si opinamos algo que no encaja con lo que la sociedad acepta como válido, entonces preferimos no hablar por miedo. Se introduce en nuestra vida un imperativo social de lo que es bueno y malo, y sin darnos cuenta acabamos muy pendientes de cumplirlo, o preocupados por no encajar bien en él.
La espiral del silencio se ha reforzado mucho con la televisión. Los personajes de nuestras series favoritas influyen en nosotros más de lo que nos damos cuenta, y también los personajes que aparecen en los anuncios o en las películas. Internet es, en este sentido, nuestra salvación del pensamiento único. Internet es lo que permite democratizar las ideas, crear un auténtico espacio de pluralidad.
Antes había solo diez canales de televisión y otros tantos periódicos, y no había más donde elegir, mientras que con Internet podemos optar por una increíble variedad de estilos y tendencias. Sin embargo, ¿realmente hay pluralidad? Tenemos las herramientas, pero sigue habiendo mucha censura.
Ahora, más que nunca en la Historia, tenemos la oportunidad real de crear un auténtico espacio plural donde quepan diferentes opiniones y se respete de verdad la que tiene cada uno.
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