Qué coñazo. De verdad, qué absoluto y tremendo aburrimiento. Nadie cuelga nada interesante: bajo y bajo con el ratón por las “últimas noticias” pero siempre acabo llegando a los contenidos de ayer, lo que ya he visto y donde ya he puesto un like a todo lo que no llega a delatarme –pero casi– como persona sin vida social. Qué asco de redes sociales.
¡Qué hago, qué hago! Me aburro tanto que quisiera tener un perro. Saldría a pasearlo y mi vida cobraría sentido. Cojo el móvil y abro WhatsApp, reviso varias conversaciones por si su sistema operativo ha fallado como causa de que no me haya llegado nada en los últimos veinte minutos. Pues no. Repaso mis contactos, tengo cafés pendientes con varias personas. ¿A ver? No, no, no, no, mmmm… no, no, no,.¡Ha! estás flipando, tú tampoco… bah, el mundo es una mierda.
Vale, esto ya es ridículo, qué soy, ¿un jubilado en un barrio sin obras? ¿una maruja con la tele estropeada? ¿un friki sin Internet? Qué triste, la broma es que sí tengo Internet. Salgo al balcón y me fumo un cigarro, por lo menos tendré algo que hacer durante seis o siete minutos. Mal día no hace, y las terrazas que veo desde aquí están a reventar. ¿Salgo a pasear? ¿bajo al bar? Soy una mujer moderna y abierta, me gusta conocer gente nueva. Si es que quedándome en casa estoy dejando marchar al potencial amor de mi vida, que escribirá también solo en su Moleskine algo muy profundo.
A malas tengo una cámara réflex en la que me gasté un dinero que prefiero no recordar y que no ve la luz desde aquella barbacoa hace año y medio en que mostramos al mundo vía Internet lo mucho que molábamos. Pero ahora sería buena idea bajar a hacer un reportaje sobre la demografía y costumbrismo terracero de mi barrio. Qué vergüenza, no, mejor no. Igual hasta me pega alguien por hacerle una foto sin permiso. Mejor me quedo en casa. Todos merecemos un día pijamero preparando ensaladas tropicales, ojeando revistas de decoración, haciendo manualidades Do It Yourself, bebiendo té y pintándonos las uñas. ¿No? Carrie Bradshaw trabajaba desde casa, ¿cómo mantenía la línea?
Ah, igual si hago algo de deporte… hay vídeos a raudales en YouTube, quizás me inspiro con los que hacía Jane Fonda en los 80, enfundada en esos trajes de colores flúor que envasaban su no-grasa al vacío. Pero acabo de fumar, no duraré ni dos minutos de workout. Además, no lo haré porque no tengo una Wii Fit, pero si la tuviese lo haría seguro. Oye, ¿y una bicicleta estática? Si tuviera una podría hacerlo todo a la vez: acabar libros inacabados mientras sudo los gintonics en que me dejo mi sueldo de becaria a la vez que quemo mis yogures Activia. Y ya puestos podría dejar de comprarlos al 0% de materia grasa para pasar a los que llevan trozos.
Wow, eso sería genial. ¡Muerte a lo light! ¡Muerte al marketing! Somos todas víctimas de esos anuncios de la tele con alguna especie de Photoshop audiovisual. ¡Viva las curvas y viva las mujeres! Tengo una amiga con tanta curva como vida amorosa. ¡Quiero ser como ella! Voy a hacerme un bocata, porque los cánones de belleza que de verdad rigen el mundo son los de la salud. Me convenzo de que tengo hambre y de que los nutricionistas dicen que hay que comer cada tres horas. Han pasado dos desde el desayuno, pero bueno, hay que escuchar al estómago. Va, un bocata de esos creativos súper sanísimos con espinacas, nueces, quinoa, miel, kumatos y un pan hecho con un cereal que adelgaza más que engorda.
Y qué coño, le pondré jamón serrano en vez de ese pavo que sabe a folio reciclado. Uy, un momento, esa grasita blanca que amenaza con instalarse en mi tripa quizás no sea necesaria. Mejor la quito, que el colesterol es muy malo. Y en nada he de enfundarme el primer bikini del año. Mierda.