Si desde que empezamos a interesarnos por el amor aprendiéramos que este es una lotería, la vida sería más fácil. Más fácil porque entenderíamos que se trata de una apuesta, y como tal, a veces se puede ganar y otras se puede perder.
Diariamente, en el mundo se derraman millones de lágrimas, y rara vez son de felicidad. Le confiamos nuestros sentimientos, nuestro tiempo y compromiso a cosas y personas que no funcionan. Las cosas se pueden cambiar fácilmente, y más cuando son simples objetos, pero no pasa lo mismo con las personas. Porque cuando quieres a alguien cerca –esté en tus planes o no–, empiezas a crear dependencia para ciertas cosas; se delegan detalles, funciones y se comparte parte de nuestra vida para formar un equipo de dos que termina siendo uno solo, aunque se llame “nosotros”.
Pero, ¿qué pasa cuando viene la decepción? Esa bala directa al corazón de cualquier ser enamorado, que acaba con todo lo construido durante años en tan solo un impacto. Vemos derrumbarse todo aquello a lo que le dedicamos lo mejor de nosotros, a lo que apostamos; y entre la rabia, la tristeza y la desesperación nos victimizamos. El odio carcome nuestra razón, la tristeza nuestro autocontrol; nos convertimos en unos auténticos terroristas emocionales que generalizan en absurdos como “todas son iguales” o “todos son unos perros”.
¿Qué pasó? ¿Cuál fue el problema? Cuando somos víctimas nos concentramos tan encarecidamente en el culpable que se nos olvida que tenemos que encontrar una solución. Y la solución no es el odio ni el rencor, que solo extienden el sufrimiento y van mermando nuestra capacidad para superar la decepción, y así es imposible ser ganador.
Porque si el amor es una lotería y lo entendemos desde el inicio, no hay razón para caer en el llanto cada vez que las cosas no salen como esperábamos. Porque aquel que sabe apostar y al ganar o perder vuelve a comenzar como si nada, nadie podrá dominarlo nunca jamás como a un esclavo. Porque quien se pasa la vida mirándose al espejo con cara de víctima, para luego convertirlo en odio y rencor del día a día, será siempre ese perdedor deprimido al que le va mal toda la vida.
Jugaste a la lotería del amor y te fallaron, apostaste a un número malo, ¿acaso van a ser estos simples desaciertos los que te tumben la energía de haber sido y seguir siendo un player que va con todo en cada paso? Sigue jugando, sigue apostando, porque en la vida no se gana como algunos pretenden: desde un rincón gritando, llorando y pataleando.
El mundo es de los players, de los que apuestan, con todas las cartas, porque puede que en varias partidas lo pierdan todo, pero cuando llegue el día de la victoria (y al final siempre llega), lo ganarán todo. Y eso, eso sí es la felicidad al completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario