La relación de los seres humanos con el ganado vacuno (Bos primigenius Taurus) se remonta a hace unos 10.000 años, cuando fue domesticado y pasó a formar parte de nuestra vida de diversas maneras y formas: desde calzados y otras prendas de vestir hasta su aprovechamiento como alimento de casi un 100% (desde la médula de los huesos hasta el rabo, sin olvidar las vísceras y hasta órganos sexuales); y aunque algunas culturas, como la hindú, la han declarado sagrada, la mayoría se ha dedicado a manipularla genéticamente para producir razas resistentes a distintos climas y condiciones, y con mayor capacidad para producir leche y carne.
En tal sentido, la vaca ha cambiado tanto que ya poco o nada tiene que ver con el bóvido salvaje del que evolucionó; y un paso más en ese distanciamiento sería el de las llamadas vacas fistuladas, que quizás hayas visto en algún paseo por el campo, o más seguramente, en algún paseo por las redes sociales.
Las vacas con un agujero en el costado, cerrado con una tapa, no son un fenómeno nuevo en la industria ganadera. Este tipo de intervención quirúrgica en la práctica veterinaria se conoce como ruminotomía, y consiste en perforar un hueco en el abdomen del animal, de unos 20 cm de diámetro (que permita el paso de un brazo), para observar el proceso digestivo; luego se coloca una prótesis que impida a la herida cerrarse y a continuación una tapa para proteger al bovino de futuras infecciones.
Esta práctica se realiza con animales seleccionados en grandes centros agropecuarios y en algunas escuelas veterinarias de todo el mundo, y hay reportes de que comenzó a hacerse, por motivos de investigación científica, en tiempos tan remotos como 1833, aunque la práctica se hizo más común a partir de los años 20 del siglo pasado.
Inicialmente pudo hacerse para conocer los procesos digestivos de la vaca, pero hoy en día tendría un objetivo comercial: evaluar la eficiencia de distintas clases de pastos y alimentos concentrados.
Actualmente esta intervención se realiza con anestesia y la vaca pasa por un período de convalecencia de 4 a 6 semanas; sin embargo, distintas organizaciones no gubernamentales, como PETA, la organización pro derechos de los animales más grande del mundo (Personas por el Trato Ético de los Animales, por sus siglas en inglés), consideran que esta práctica hace sufrir innecesariamente a las reses.
Los productores que utilizan esta técnica, especialmente en Europa y Estados Unidos (aunque también está presente en países suramericanos como Ecuador y Brasil), argumentan que la vaca en ningún momento siente dolor, y que esta técnica permite hacer más eficiente la producción, disminuyendo las emisiones de metano y contribuyendo así a disminuir la contaminación ambiental.
Y por otro lado, hay investigadores de Austria y Nueva Zelandia que afirman que hay procedimientos de laboratorio para evaluar la eficiencia y digestibilidad de alimentos para animales, más eficientes y menos traumáticos para el ganado bovino que procedimientos como la ruminotomía.
¿La culpa es de la vaca? No en este caso, y tampoco de aquellos que gustamos de las delicias –o el pecado, según la perspectiva– de su carne, sino de una economía intensiva que en éste y otros casos desdeña lo que puedan sentir los animales que hemos puesto a nuestro servicio.
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