Usamos tanto el WhatsApp o el Facebook que nos hemos creído que la amistad va de esto; de escuchar ‘tin’ cada quince segundos; de una nueva notificación entrando en la pantalla. Cuantos más ‘tin’, más amigos, más sociables, más acompañados, más guays. Pobre de aquel que espera en un semáforo y no tiene un ‘tin’ al que atender, un mísero globo rojo del que librarse.
Pobre del que saca un libro en la sala de espera del médico. Pobre del que osa leer el periódico en la barra de la cafetería de la universidad. Serán raros, los tíos. Y asociales, claro. Míralos tú ahí, pobres, sin nadie a quien escribir. Sin nadie que se acuerde de ellos, sin que a nadie les guste su última foto. Sin nadie. Solos. Algo habrán hecho, seguro. Si no, ¿de qué?
La conversación en persona se ha convertido en la excepción a la norma. Ahora la rutina pasa en la vida online. Incluso se podría decir que la vida online es más real ahora que la vida real. La excepción es el café con un amigo, la puesta al día en persona, las cañas con aceitunas, la peli compartida. Ocurre, sí, claro que ocurre a veces. Pero es lo anómalo, casi la excusa para poder seguir con la vida online.
Si no, piénsalo. ¿Cuánta parte de la última cena de cumpleaños que tuviste entre amigos la dedicasteis a comentar cosas que habías visto en el Facebook o cosas que os habían contado por el WhatsApp? ¿Cuánto tiempo dedicasteis a haceros selfies que colgasteis inmediatamente en Instagram? #party #AquíConLosMejores #friendsForever…
¿A cuántos mensajes de otros grupos respondiste? Y lo que es peor, ¿cuántas conversaciones y comentarios sobre el cumpleaños de la noche anterior fueron mucho más largos en el Facebook y el WhatsApp que lo que fueron durante la propia celebración?
Vivimos en la permanente falacia de que la comunicación continua aporta profundidad a la relación. Tenemos que hablar. Siempre. Ya. De todo. Y los demás tienen que saber que hablamos, claro. Los demás han de saber que somos queridos, que alguien se acuerda de mencionarnos. Jamás que te cuelguen una etiqueta ha gustado tanto. ¿Qué tipo de mejores amigas son esas que no se felicitan los cumpleaños con un vídeo en Facebook? ¿Qué tipo de colega no te etiqueta en la última ocurrencia de Facebook? ¿Quién, a ver?
Pero quizá, solo quizá, la amistad no sea eso. O no sea solo eso. Quizá pasar la tarde en un banco tomando pistachos también mole. Quizá convertir la compañía física en la norma y no en la excepción nos haga sentir más cercanos. Quizá un café el domingo por la tarde nos ayude a cargar las pilas para la semana mucho más que cuatro mensajes privados en Facebook, tres corazones en WhatsApp, y dos menciones en Instagram. O quizá el ‘tin’ es el nuevo “¿bajas?”. Quién sabe…
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