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domingo, 20 de marzo de 2016

Para Aquellos Que Están Presentes, Pero Son Invisibles

Feliz día del Padre a todos aquellos que ostentan esa denominación. Porque ser padre te cambia la vida, o eso suele decirse siempre. Que sí, que mucho tópico de que ‘el día del padre es todos los días’, que ahora parece que está de moda decir eso con todos los días internacionales, para sentirse anti sistema. Pero ¿qué ocurre con todos aquellos que día tras día están ejerciendo su labor como tal y no obtienen reconocimiento alguno? Los llamados padres invisibles.

Padres invisibles, o aquellos que hacen lo mismo que las madres pero obtienen la mitad de mérito que ellas.  Es muy común oír alegatos defendiendo el vínculo maternal que se crea con el embarazo, y que ese lazo es inquebrantable y superior al que puede establecerse paternalmente. Lo cierto es, y sin quitar credibilidad a la ciencia, que el desarrollo humano y en concreto de las relaciones humanas y en este caso, familiares, suelen ir en numerosas ocasiones contra los pronósticos de la ciencia o de la convencionalidad popular.


Vemos como las relaciones más íntimas entre padres e hijos, pero especialmente, con las hijas, tienen como denominador común la ausencia de la madre. Así lo vemos reflejado en el cine, desde obras literarias como ‘Matar a un ruiseñor’, pasando por el fenómeno social de ‘Crepúsculo’, ‘En busca de la felicidad’, hasta múltiples películas para la televisión. Todas generan el vínculo paterno-filial a consecuencia de la falta de la progenitora, bien por fallecimiento, abandono o situaciones análogas. ¿Es realmente necesaria que estos hechos ocurran para que fluya un vínculo afectivo igual, o en muchos casos superior, al que se establece casi por defecto con las madres?


Lo cierto es que no. Aunque sea algo que genera confusión, existe esa relación padre – hija/o que es mucho más sólida y con un nivel de confianza mayor que al establecido con la madre. Los motivos que lo desencadenan pueden variar desde gustos comunes, afinidades de personalidad o simplemente que se genere de manera natural ese lazo afectivo. Pero sin duda lo que todos estos padres invisibles tienen en común es su presencia diaria, desde el primer día de nuestras vidas, haciendo malabares para que no nos faltase nada. Los que aprendieron a subir los leotardos a sus hijas, a hacer coletas o trenzas. Los que enseñaban las fracciones de matemáticas, se comían partidos de fútbol que daban para películas lacrimógenas, o fueron los valientes que quitaban las ruedecitas a las bicis, y esperaban no tener que comprar rodilleras para el chandal del colegio. Los que llamaban a tu habitación sólo para ver si querías comer algo, aunque sabían que sollozabas por un desamor.


Por eso, gracias a todos los padres que estáis ahí o habéis estado, al pie del cañón. Que no necesitáis que os repitan a diario que ‘padre no hay más que uno’. Aquellos que queréis a vuestros hijos con la misma devoción que sus madres, que os preocupáis y sobre todo, que no os importa no ser la debilidad de estos. Los que os emocionáis cuando vuestros hijos alcanzan logros, aunque no recibáis el primer abrazo. Los que sois el mejor amigo y el amor para toda la vida de vuestros hijos e hijas. ¡Moláis mucho! 

Así que solo queda decir: gracias a ti, papá, porque hoy voy a permitirme el honor de decirte que para mí no solo eres visible, eres imprescindible, y aunque no lo creas, mi ojito derecho siempre serás tú.

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