Este planeta, potencialmente habitable, está lo suficientemente cerca para que los telescopios puedan buscar una atmósfera, así como huellas de seres extraterrestres.
Un equipo de astrónomos ha encontrado un planeta templado un poco más grande y voluminoso que la Tierra, orbitando en torno a una pequeña estrella a tan solo 40 años luz. Este nuevo mundo se podría encontrar entre los mejores planetas en los que buscar pruebas de vida extraterrestre.
«Los mundos pequeños son comunes», explica Lauren Weiss de la Universidad de Montreal. Y este planeta, según ella, es uno de los mundos rocosos más cercanos fuera de nuestro sistema solar. «Se encontraría en algo así como el jardín trasero de nuestro sol».
Utilizando un telescopio localizado en Chile, los astrónomos observaron cómo el planeta cruzaba por delante de una enana roja llamada LHS 1140, en la constelación Cetus. Este mundo, bautizado como LHS 1140b, es aproximadamente 1,4 veces más ancho que la Tierra y se encuentra en una cómoda órbita en la que el agua líquida podría discurrir sobre su superficie.
Empleando un telescopio diferente, también en Chile, el equipo monitorizó cuánto «tiraba» de su estrella la gravedad del planeta, lo que les permitió determinar que LHS 1140b tiene 6,6 veces la masa terrestre. Esto significa que el pequeño mundo es rocoso, quizá con un gran núcleo de hierro rodeado de un fino manto, parecido a Mercurio pero más grande, según comentó Laura Schaefer, de la Universidad estatal de Arizona.
«Todavía no sabemos mucho sobre él, así que tenemos muchas ganas de descubrir más datos», afirma.
El equipo que lo descubrió estaba especialmente ilusionado con poder ver este mundo recién encontrado porque se encuentra lo suficientemente cerca de la Tierra como para que los telescopios existentes nos digan si tiene o no una atmósfera, y si la tiene, si su aire tiene señales de vida alienígena.
«El científico dentro de mí quiere ser muy precavido y tener en cuenta todas las razones por las que podríamos no hallar vida en este planeta», declaró el líder del estudio, Jason Dittmann, de la Universidad de Harvard, cuyo equipo ha descrito este nuevo planeta en un artículo de Nature.
Acumulando pruebas
En la actualidad se conocen más de 3.400 planetas que orbitan otras estrellas, y debido a la mejora de los telescopios y las técnicas de observación, cada vez se realizan más descubrimientos de estos pequeños y probablemente rocosos mundos que se aferran a estrellas mucho más pequeñas que el Sol.
El año pasado, los científicos revelaron la existencia de tres mundos del tamaño de la Tierra que orbitaban en torno a una pequeña estrella cercana llamada TRAPPIST-1. Posteriormente, apareció un planeta del tamaño del nuestro que orbitaba la estrella más cercana al Sol, una tempestuosa enana roja llamada Proxima Centauri, quitándole todo el protagonismo a ese trío. Pero a principios de año, los científicos desvelaron que TRAPPIST-1 no tiene tres sino al menos siete mundos, algunos de los cuales podrían ser habitables.
Finalmente, la semana pasada científicos de Europa y Reino Unido anunciaron que habían detectado una atmósfera en torno al exoplaneta cercano conocido como GJ 1132b, el mundo más pequeño de este tipo que ofrece pruebas de sus constituyentes gaseosos. Este logro supone una prueba gratificante de que es posible observar las moléculas de los mundos rocosos en sus atmósferas empleando el instrumental actual.
Todo esto se suma a las enormes esperanzas depositadas sobre LHS 1140b. Ninguno de los planetas descubiertos hasta la fecha ha podido describirse como realmente parecido a nuestra Tierra, ya que no tenemos el conocimiento suficiente sobre ellos para establecer esta comparación. Sin embargo, este mundo podría ofrecernos la mejor oportunidad de descubrir características fascinantes que lo harían apto para la vida.
En primer lugar, la densidad del planeta sugiere que es sólido, la clase de lugar en el que la vida podría prosperar, sobre o bajo la superficie. Algunos de los mundos de TRAPPIST-1 podrían entrar en esta clasificación también, pero gran parte de su composición sigue siendo desconocida.
«Ni siquiera los planetas pequeños serían necesariamente mundos terrestres como el nuestro», explica Weiss. Estos otros planetas podrían contener una pizca de roca,pero presentan superficies sofocadas en gruesos velos de gas que resultarían desastrosos para formar vida compleja.
Aún así, «la alta densidad y el pequeño tamaño de [LHS 1140b] sugieren que el planeta podría estar formado de una mezcla de hierro y silicatos, los mismos materiales rocosos de los que se compone la Tierra», explica la científica.
En segundo lugar, la gravedad de LHS 1140b es lo suficientemente fuerte para aferrarse a una atmósfera, pero con un inciso: la estrella de este hábitat, de 5.000 millones de años de antigüedad, permanece silenciosa por ahora, pero es probable que fuera propensa a los estallidos cuando era más joven. Si es así, la malhumorada estrella podría haber arrasado con la atmósfera del planeta mediante erupciones violentas y destruido cualquier forma de vida que hubiera evolucionado.
Pese a todo, este planeta se encuentra lo suficientemente lejos de su estrella como para que una atmósfera potencial hubiera tenido una mejor oportunidad de sobrevivir a estas rabietas estelares. Su distancia también implica que las temperaturas serían adecuadas para la vida tal y como la conocemos, a diferencia de GJ 1132b, similar pero demasiado «tostado».
Finalmente, LHS 1140b pasa ante su estrella, lo que ofrece una vista de primera fila para los astrobiólogos. Cuando los científicos intentan observar una atmósfera alienígena en busca de señales de vida, lo que realmente hacen es mirar a través de ella. Cuando los planetas pasan entre sus estrellas y la Tierra, la luz estelar distante brilla a través de sus capas gaseosas e ilumina cualquier molécula existente.
Para obtener medidas precisas de dichas moléculas y sus radios con el instrumental existente o con el que estará disponible dentro de poco, los científicos necesitan una estrella cercana como LHS 1140.
Primer contacto
Es completamente posible que el primer «olorcillo» de vida fuera de la Tierra nos llegue de la futura exploración de atmósferas alienígenas, una proporción de gases que no encaja, o moléculas peculiares que serían difíciles de producir solamente mediante procesos químicos y geológicos.
Dittmann y su equipo ya han escrutado LHS 1140b empleando el telescopio espacial Hubble, y esperan hacer lo mismo con los telescopios en Chile más adelante.
Pero Dittmann está muy entusiasmado por poder buscar gases como metano, ozono y dióxido de carbono mediante herramientas más grandes y precisas, de las que se podría disponer en las próximas décadas: el Telescopio Espacial James Webb, el Telescopio Gigante de Magallanes y el Telescopio Europeo Extremadamente Grande, entre otros.
«Siendo realistas, no vamos a conseguir un primer contacto con estas atmósferas hasta dentro de una década», afirma Dittmann.
«¡Podríamos estar discutiendo sobre el significado de estas observaciones y cómo estos gases han llegado a estas atmósferas incluso durante más tiempo! Pero al menos tendremos datos en nuestras manos muy pronto, y tengo muchas ganas de verlos».
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