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jueves, 1 de junio de 2017

El significado sagrado del sexo y la masturbación en el Antiguo Egipto

Antes de todo estaba Atum: el dios creador, el que existe por sí mismo. Rodeado de la nada, la deidad primigenia del panteón egipcio que decidió poner fin a su soledad y para crear el Universo, a los demás dioses y todo lo que los egipcios conocían, decidió masturbarse.

Su eyaculación creó a la primera pareja de dioses, los gemelos Shu (dios del aire) y Tefnut (dios de la humedad). El semen de Atum fue el principio del mundo y su masturbación el acto creador.
Se trata del mito de la creación según la cosmogonía egipcia. Para los habitantes del curso del Nilo que desemboca en el Mediterráneo, el sexo tenía un significado especial que iba más allá de la reproducción y escapaba del tabú con el que se caracterizó en las sociedades permeadas por la moral cristiana.

Los antiguos egipcios estaban seguros de que el Nilo, su principal fuente de subsistencia, era resultado de la eyaculación de Atum y como tal, debían mantenerlo vivo. Los faraones acostumbraban realizar una ceremonia de agradecimiento al Dios primigenio y se masturbaban en su honor a orillas del río, asegurándose de que su semen corriera por el flujo del agua como buen presagio de que el ciclo de la vida, la fertilidad y el orden del Universo siguieran su cauce.
Como ninguna otra civilización en la historia del mundo, la del Egipto Antiguo concibió al sexo como una actividad natural que no sólo escapaba de los fines reproductivos, también era fuente inagotable de placer y recreación. La institución nuclear que regulaba la vida, el matrimonio, estaba enfocada a un fin reproductivo y carecía de ceremonias religiosas o contratos legales. El único acuerdo que debía respetarse era la crianza de los hijos y la causa más aceptada de divorcio era lógicamente, la infertilidad.

La monogamia era el estado mayoritario de las parejas, pero no resultaba en un tema trascendental. Dado lo prematuro de los matrimonios (ambos sexos acostumbraban casarse antes de los 16 años), la práctica sexual podía ser diversa y sin considerarse un acto ilegítimo o digno de castigo. Para los faraones y la clase dominante, el incesto y otras relaciones entre familia eran bien vistas, todo con tal de mantener el linaje y con él, el poderío en la civilización egipcia.
Esta concepción del sexo para los antiguos egipcios se mantuvo oculta durante siglos, especialmente con el auge de la Egiptología, irónicamente impulsada por una de las sociedades más púdicas y reservadas de la historia, la Inglaterra victoriana. A través de distintas expediciones y trabajos arqueológicos, los exploradores ingleses encontraron mucho más que costumbres atrasadas de un pueblo que dominó al mundo hace algunos milenios.

Así, el Museo Británico guardó bajo llave durante décadas una colección de piezas fálicas, grabados y esculturas egipcias (y de otras culturas antiguas) horrorizada por sus prácticas. Se trata del armario 55, colección que se muestra parcialmente en el corazón de Inglaterra.

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