El somelier
Estás envuelto en tu edredón como si fueras un gusano, y en ese clímax de relajación te tiras un pedete. No mientas, sabes también como yo que no puedes evitar levantar la sábana para ver a que huele. ¿A que te pensabas que olía a Amor Amor de Cacharel?
El observador
Ha empezado el frío y te has pillado el trancazo por ir enseñando más de la cuenta el sábado. No paras de moquear y evidentemente necesitas un clínex. Te suenas la nariz y, de una manera innata, no puedes evitar mirar esa masa verdosa (o de otro color) que ha salido de tu cuerpo. Y luego dices que te da asco, voayeur.
El observador orgulloso
Te da un apretón y te sientas en el váter pensando que vas a plantar un pino normal; pero no lo era, era el señor de los pinos. Te ha costado sudor y lágrimas abrirle la puerta, y cuando lo has conseguido, no has podido evitar mirarlo y pensar: “Joder, que truño tan perfecto”.
El minero
Cuando piensas que nadie te ve, lo haces, sobre todo cuando conduces. ¿Para qué esperar a conseguir un pañuelo si metiéndote el dedo en la nariz lo solucionas rápidamente?
Luego haces la bolita y lo sabes.
El polaco
Los mileniales siempre vamos con prisa, pero claro, siempre hay que ir aseado y oliendo a Nenuco. Por eso muchas veces recurrimos a la ducha del polaco: entrepierna, pies y sobaco.
La regadera
No mientas, alguna vez te has meado en la ducha, y lo sabes. Asqueroso, ¿o simplemente una forma de conservar agua? Juzga tú.
El carnicero vampiro
Admitámoslo, todos alguna vez en nuestra vida nos hemos quitado una costra y nos hemos chupado nuestra propia sangre.
El reciclador
Por mucho que lo niegues, sabes tan bien como yo que alguna vez has llevado la misma ropa interior durante días (palominos incluidos).
El jacuzzi
¿A quién no le gustan las burbujas y el agua caliente? Pues a falta de bañera de hidromasaje, el cuerpo humano te da la solución. Admitámoslo, todos lo hemos hecho alguna vez.
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