Dicen que lo prometido es deuda, pero también que las palabras se las lleva el viento. Resulta frustrante el poco valor que muchas personas le dan a sus promesas; y la frivolidad de la mayoría demuestra que desconocen por completo lo que están haciendo. ¿Acaso nos hemos parado a pensar detenidamente qué es una promesa?
Las promesas son compromisos. Prometerle algo a alguien equivale a sellar un contrato o, si lo prefieres, un acuerdo. Es el juramento solemne de que cumplirás tu palabra y no una simple declaración de intenciones.
Cuando hablamos de frivolidad, nos estamos refiriendo a esa clásica expresión que todos habremos escuchado alguna vez: “te lo juro por Snoopy”. En siglos pasados, se juraba por dioses y héroes, por la patria o la familia. En esencia, se hacían promesas sobre aquello que era preciado, lo que demostraba que ese compromiso tenía el mismo valor que lo que tú más querías o respetabas. Así que, sin ánimo de ofender a los seguidos de Peanuts, ¿cómo se te ocurre jurar por un personaje de dibujos animados?
Este ejemplo tan trivial ilustra lo poco que valoramos las promesas hoy en día. Es tentador romperlas porque no están escritas, pero los mileniales sabemos que lo que realmente carece de valor es el papel. Lo importante son las personas y puedes hacerles muchísimo daño si incumples tu palabra.
Prueba a ponerte en el lugar del otro: cuando alguien te promete su ayuda, confías en que así será. Recibir una promesa te predispone a un trato de favor, ya sea por amistad, amor o profesionalidad. Por eso duele tanto que la promesa se rompa, porque se suponía que esta vez sí… que era algo especial. O un poco más serio. O alguien responsable.
Los celtas tenían en alta estima las promesas que hacían, hasta el punto de que quebrantar sus juramentos podía acarrearles la muerte. No es necesario llegar a esos extremos sino, simplemente, meditar un poco antes de actuar. El hombre es el único animal que habla sin tener nada que decir y que promete sin estar seguro de poder cumplir sus promesas.
El mundo no es un calendario: eso lo sabemos mejor que nadie. Es imposible predecir los imprevistos o las circunstancias. Pero, justamente por eso, deberías evitar hacer promesas con tanta ligereza. Poco te servirán si lo que buscas es comprar la confianza de otros, y mucho menos si te acostumbras a prometer en vano.
Consejo milenial: la sorpresa de un favor inesperado vale más que la decepción de una promesa incumplida.
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