El otro día un amigo me comentaba como en todas sus relaciones siempre había repetido un mismo patrón que le atormentaba. Me explicaba que con cada una de esas chicas siempre había tratado de cuantificar en gestos, detalles y sacrificio la implicación de cada uno de ellos en la pareja. Poner en cifras quién de los dos estaba aportando más. Y, aunque nadie nunca me lo había expresado de una forma tan cruda, tengo la sensación de que es algo que muy a menudo va pudriendo los cimientos de una relación.
Aunque a priori pueda sonar como una especie de competición dentro de la pareja sobre quién es más bueno que quién, creo que va más allá. Más que establecer una jerarquía de quién está aportando más a la relación, o buscar cosas que echar en cara en las discusiones que se tienen con cuatro copas de más, lo que pretendemos es buscar una respuesta objetiva y racional a algo que no la puede tener: ¿me quiere tanto como le quiero yo? Buscamos la seguridad en estadísticas de sacrificio que imaginariamente creamos.
Parece que tenemos tan asimilado nuestro deber de puntuar y ser puntuados, de medir y ser medidos, que nos cuesta aceptar que las cosas más importantes en la vida no se pueden valorar con la cabeza fría y una libreta en la mano. Lo que la persona que tienes a tu lado te aporta no se calcula en los regalos que te ha hecho, las veces que te ha venido a buscar al trabajo o te ha prestado dinero. Una persona no puede resumirse en una lista de pros y contras, y la unión de dos personas tiene mil matices que son incluso complicados de expresar con palabras, como para pretender entenderlos con números.
Desde los exámenes en el colegio, hasta el dinero que llevamos en el bolsillo, pasando por lo que medimos, lo que pesamos y la talla de nuestro pantalón. Todo lo que nos rodea nos lleva inevitablemente a ponerle nota a nuestras vidas, y sentirnos fracasados y desgraciados si creemos que no llegamos al aprobado. A veces parece que esta cultura de cifras ha limitado nuestras emociones a unidades de medida, condiciona nuestros sentimientos a lo que creemos que nos corresponde. Dejamos decidir a la cabeza aunque las tripas nos griten lo contrario.
No voy a hacer el típico discurso de que hay que dejar de lado la razón y dejarse llevar por los instintos, como tampoco pienso hacer lo contrario. Pero sí creo que, cuando tratamos de esbozar las líneas que deseamos que den forma a nuestra vida, tenemos que aprender a salir de la caja que de antemano ya nos han presentado, decorada con las parejas de películas en las que el amor se mide solo en grandes gestos y locuras. Porque para saber si alguien te hace feliz, o si tu relación funciona, no necesitas evaluar en una lista todas esas cosas. Solo hace falta dejar de oír lo que desde fuera te hacen creer que necesitas para poder escuchar lo que realmente deseas vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario