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sábado, 13 de enero de 2018

Imaginemos por unos instantes que el Nuevo Testamento no dice la verdad sobre Jesús y sus autores no son quienes la tradición siempre nos ha transmitido; que los padres de la Iglesia manipularon obras históricas de autores judíos y romanos, interpolaron párrafos durante la traducción de textos sagrados y plagiaron elementos procedentes de las religiones mistéricas; que en los primeros concilios ecuménicos hubo sobornos y traiciones para elaborar la enrevesada teología cristológica bajo unas determinadas directrices; que se luchó hasta la saciedad para ocultar toda prueba sobre el verdadero origen gnóstico del cristianismo; y, lo más grave de todo, que Jesús no tuvo una existencia real sino meramente mítica… Es posible que los hechos fueran así y no como nos los han venido contando desde hace casi dos mil años. Es muy posible también que esta sea la verdadera conspiración que se ha tejido en torno a la figura de Jesús, y no la descrita por Dan Brown en El Código Da Vinci, cuyo argumento –el matrimonio entre Jesús y María Magdalena, cuya descendencia estaría vinculada con el linaje de los reyes merovingios, secreto este que habría permanecido custodiado por el Priorato de Sión–, fue, por cierto, magistralmente refutado por la periodista Marie-France Etchegoin y el experto en religiones Fréderic Lenoir en The Code Da Vinci: L’Enquête, y que, como suele ocurrir cuando se pretende desmitificar algo, no tuvo apenas trascendencia en los medios, ni siquiera especializados. En los últimos años, he buceado en los orígenes del cristianismo, buscando posibles evidencias históricas sobre la existencia de Jesús, consultando textos de historiadores judíos y romanos de su época –para ver qué mencionaban sobre este singular hacedor de milagros que supuestamente resucitó tres días después de su crucifixión–, y comprobando las coincidencias y contradicciones entre los cuatro Evangelios canónicos. A su vez, me ha llamado poderosamente la atención el enorme esfuerzo de los primeros apologistas cristianos para convencer, a través de sus escritos, de la existencia histórica de Jesús. Ese detalle me puso en guardia –si realmente existió, ¿por qué tanto empeño en querer demostrarlo?–. Y no digamos al observar el asombroso paralelismo existente entre Cristo y otros hombres-dioses pertenecientes a las religiones mistéricas. Conforme más profundizaba en el tema, las sorpresas crecían. Poco a poco, veía cómo mis ideas favorables respecto a su existencia histórica –aunque convencido siempre de que su biografía estuvo muy maquillada por quienes pretendieron divinizarle–, se tambaleaban, dando paso a un escepticismo cada vez más sólido, hasta el punto de que hoy, quien esto suscribe, está plenamente convencido de que Jesús no es más que un mito reinventado, sin el menor vestigio histórico.

Ventajas e inconvenientes de utilizar populares juegos de mesa en formato digital
Es evidente que no hay nada que pueda reemplazar a un grupo de amigos sentados alrededor de una mesa disfrutando de un juego de mesa. Ya sea con uno de los clásicos de toda la vida, como el parchís, la oca o las 4 en raya, como con otros de creación más actual como Carcassonne, Catán o Aventureros al tren, y que recuperan entre los más jóvenes (incluso millennials) aquello de disfrutar de una tarde de juegos y diversión.

Lo cierto es que muchos de estos juegos tienen su réplica en aplicación móvil y para unos será más interesante tenerlos a mano en su smartphone, mientras para otros no hay nada mejor que tirar físicamente los dados o mover piezas sobre entrañables tableros de cartón. Por eso toca analizar las ventajas o inconvenientes de usar estos juegos en formato digital o analógico.

Ventajas de los juegos de mesa en formato app
La Inmediatez. Podemos echar una partida sin necesidad de desplegar el juego y sus elementos, que en ocasiones son muchos y se tarda un buen rato en prepararlos.

La rapidez. También aumentan la velocidad del juego y las partidas duran menos. Sobre todo porque no existen esos elementos que ralentizan la partida, como comentar la jugada con el de al lado, un dado que se cae al suelo… Por otra parte, permiten agilizar partes del juego que son más tediosas y duraderas pero necesarias, como por ejemplo repartir los territorios en el Risk o distribuir las calles iniciales a cada jugador en el Monopoly.

La personalización. Permite cambiar los tableros por otros diseños diferentes a los clásicos, los fondos o incluso el aspecto de las fichas de tal manera que siempre da la impresión de estar ante un juego nuevo.

El modo ‘gaming’. Se pueden introducir elementos propios del mundo de los videojuegos como recompensas virtuales, aumento del nivel de dificultad o retos temporales.

Son medibles. Ya que ofrecen estadísticas de uso y progreso de las partidas.

Son universales. Nos permiten jugar online con otras personas o usuarios diferentes, incluso a nivel global, sin tener que esperar que las personas de nuestro entorno accedan a jugar con nosotros.

Aumentan la realidad. Pueden incluir efectos sonoros y visuales que enriquecen la experiencia, mejoran las interfaces para hacerlas más interesantes o incluso aportan mejoras u otras interpretaciones virtuales del juego que serían imposibles físicamente fuera de una pantalla.

Desventajas de jugar virtualmente a estos juegos
La falta de cercanía de otras personas. Se pierden momentos importantes que nos aportan sociabilidad, como las risas en grupo, el efecto de reunión entorno a algo común o el ‘pique’ por ganar a un amigo o familiar. El hecho de jugar solo contra el procesador del móvil o contra unos desconocidos resulta más frío.

Peor amplitud. El tablero desplegado de cartón siempre tiene, además de un efecto más entrañable, una mejor disposición a la vista que una pantalla reducida. En el tablero físico es posible divisar perfectamente todos los elementos de la partida. Mientras que, si los juegos son muy grandes, en las pantallas hay que ampliar o reducir constantemente haciendo zoom.

También es cierto que no es lo mismo jugar en un móvil de 5 pulgadas que en la pantalla de una tableta de 8 pulgadas para arriba, ya que ofrece, aunque sigue siendo de menor tamaño, una experiencia de juego más parecida al tablero desplegable de siempre.

Jugamos con una máquina. En la mayoría de las apps jugamos contra el propio juego por lo que nunca tendremos la certeza de que lo que ocurre con los dados no está, en cierto modo, manipulado para encaminarnos a ganar o perder en favor de otros fines (publicitarios o comerciales). Quizá la única ventaja de esto sea evitar enfadarnos con otros contrincantes si perdemos.

Los anuncios invasivos y constantes. Es quizás la parte que más molesta a los usuarios, ya que la publicidad entra de lleno en un momento de ocio al que siempre ha sido ajena, pero al igual que en otras aplicaciones resulta el mejor modo de monetizarlas. Además casi siempre se puede comprar la versión Premium para quitarla de en medio.

Los permisos de acceso a datos o herramientas de nuestros móviles, que estas aplicaciones pueden pedir, a veces son abusivos e incomprensibles. Como, por ejemplo, que para jugar a la oca necesite acceder a nuestra cámara. No olvidemos revisar los permisos que nos piden las apps al descargarlas si queremos cuidar nuestra seguridad y privacidad.

Y ¿qué podemos encontrarnos en los mercados de aplicaciones?, pues varios formatos de presentación de estos juegos, que van desde la digitalización pura y dura del producto original con alguna mínima modificación, hasta productos nuevos nacidos de clásicos con toda la tecnología digital o incluso herramientas accesorias para jugar a los tableros físicos.

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