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viernes, 14 de octubre de 2016

Un Día De Lluvia: Cuando Todo Sale Mal...

Todos alguna vez hemos vivido ese día de lluvia en el que absolutamente todo parece que nos sale mal. Yo lo viví ayer, y no hubo cosa mala que no me pasara.

El lluvioso día comenzó como tenía que empezar: mal. No pude dormir en toda la noche por los ruidos que causaba la lluvia. No solo fueron los truenos y el ruido del agua cayendo, sino que además la noche anterior había dejado abierta una persiana que estuvo dando golpes durante toda la noche. Evidentemente, no estaba lo suficientemente cansado como para dormirme a pesar de los ruidos, pero estaba lo suficientemente cansado como para no querer levantarme a cerrar una persiana.

Bueno, me levanté y obviamente había entrado agua. Sí, justamente por la persiana que dejé abierta. Entonces, tras limpiar un poco el piso, poner a secar algunas cosas, descubrir por enésima vez que no tengo paraguas ni piloto, y repetirme para mis adentros que ese día compraría uno, salí corriendo de mi departamento para la Universidad.

Obviamente, lo primero que pisé al salir fue la baldosa floja con más agua acumulada de la ciudad. Ya con un pie sumergido en agua, intenté evitar la lluvia en todo momento caminando por debajo de los techos, tarea que me resultó imposible por culpa de los viandantes con paraguas que esperaban que la lluvia cesaba mientras se protegían e impedían mi paso. “¿Por qué narices no dejan los espacios cubiertos para quien no tiene paraguas?”. Al final, llegué totalmente mojado al tren, pero me consolé pensando que tenía media hora de viaje para secarme un poco.

Al llegar al metro, recibí la noticia que menos deseaba, el tren llegaba con retraso a causa de las fuertes lluvias. Así que la media hora esperada se convirtió en una. “Llego tarde a la universidad pero por lo menos llego seco”, pensé.

Pensé mal, porque cuando me bajé del tren seguía lloviendo, y el río que caía por las escaleras era aún más torrentoso, lo que explicaría mi caída en las escaleras sin poder salvar la mochila que contenía el trabajo práctico que tenía que entregar ese mismo día.

Llegué a clase media hora tarde y el profesor, muy comprensivo, me dijo: “qué mala suerte la suya, en junio tendrá otra oportunidad”. Yo pensé que me iba a perdonar, pero parece que él también tenía un día malo. Refunfuñando, con un uno encima, y el trabajo empapado y rechazado, abandoné la universidad.

Seguidamente tomé la decisión de coger el autobús para probar suerte. El autobús, para mi mayor suerte, también llegaba con retraso, y tras esperar media hora y recibir el charco de agua cuando este llegaba a la parada, me subí y encontré un asiento libre. Pero mi momento de felicidad duró poco, no solo estaba empapado el asiento sino que además estaba roto y me caí. Alguno se rió.

Ya con aires asesinos llegué a mi casa, donde pensaba descansar un poco antes de irme a trabajar, pero el descanso se convirtió en una hora de limpieza y de secado. Me había dejado otra vez la persiana abierta.

La ida al trabajo fue similar a la de la universidad, pero con más hambre, ya que con la limpieza no había podido comer nada, aunque me consolaba el hecho de saber que iba a estar cuatro horas bajo techo, pudiendo tomar un café y trabajando en mi ordenador.

Me había equivocado. Juan, el cadete, estaba enfermo, así que tuve que cubrirlo. Y así, tras más de cuatro horas de caminatas, metros y autobuses bajo la lluvia, nuevamente volví a casa. Pero se ve que en un momento abrí la ventana de la cocina y así la dejé, abierta toda la tarde. Y no solo se me inundó la cocina sino que también se me rompió el cristal de la ventana. Me olvidé de contarles que la lluvia venía con fuertes vientos, lo que seguramente hizo explotar el vidrio.

Triste y mojado me resigné y decidí comprar una cerveza bien fría, pero el único supermercado que me queda cerca no había tenido luz en todo el día por el temporal, por lo que compré la cerveza al natural y la puse en el congelador. Encendí la tele para ver si encontraba una buena película, y justo cuando la encontré, se fue la luz.

Y así terminé, triste, solo, tomando una cerveza caliente y pensando que al día siguiente, si no llueve, debería ir a comprar velas y un paraguas.

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