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lunes, 6 de marzo de 2017

La triste razón por la que en China rematan a los peatones que atropellan


Muchos recordarán esos vídeos provenientes de China que cada poco tiempo aparecen en los programas de televisión de impacto para horror de los espectadores. En ellos se suele ver a un coche atropellando a un peatón y, en lugar de auxiliar al infeliz caminante o huir, lo remata una y otra vez. El más popular de ellos probablemente fuese el que se convirtió en viral en 2011, cuando un camionero remató a un niño de cinco años dando marcha atrás, aunque casi todos los años hay casos semejantes. Suena a leyenda urbana, pero se trata más bien de una verdad a medias que, a base de repetirse, ha terminado por convertirse en una máxima.

Hay razones para el comportamiento salvaje de estos conductores (cada cual habrá de decidir si son buenas o malas): se trata de una consecuencia perversa de la ley de dichos países, por la cual resulta más barato –económica y penalmente– acabar con la vida de un atropellado que dejarlo con vida. Era algo sabido desde hacía tiempo, pero que ha vuelto a estar en boca de todos después de que un artículo publicado en Slate retratase con detalle lo que ocurre. Ya lo explicó el conductor capaz de cambiar de marcha para acabar con la vida del niño: lo hacía para ahorrarse gastos.


¿Qué clase de gastos? Como explica Geoffrey Sant en su reportaje, el dinero que ha de pagar alguien que ha cometido un atropello con víctima mortal es relativamente bajo en comparación con el que ha de pagarse en caso de que sobreviva, y que equivale a sus cuidados médicos durante el resto de su vida. Entre 30.000 y 50.000 dólares (de 26.878 euros a 44.797) es el coste de un muerto; el de un vivo puede alcanzar los cientos de miles de dólares, como ocurrió con un hombre atropellado que recibió 400.000 dólares (358.000 euros) a lo largo de 23 años.
No se trata únicamente de una cuestión monetaria. Si la víctima muere, es mucho más sencillo para el culpable salir victorioso en un juicio en su contra, incluso en el caso de que haya testigos. Antes de las cámaras de circuito cerrado y los móviles, apenas se contaba con evidencia gráfica. Hoy en día, la corrupción hace que sea relativamente sencillo sobornar a la policía o contratar a un buen abogado. Es lo que ocurrió en Sichuan, donde un niño de dos años fue golpeado por un camión. Al niño no le había pasado nada y de hecho llegó a levantarse, pero fue aplastado bajo las ruedas del camión cuando este dio marcha atrás. Los policías afirmaron que el conductor no había pasado sobre el niño y que tampoco había dado marcha atrás, a pesar de los testimonios de los testigos y las grabaciones de vídeo.

Este caso desvela otro problema de este inhumano método de ahorrarse un mantenimiento vitalicio: en muchos casos, lo que simplemente habría sido un susto termina por convertirse en toda una tragedia, al aplicarse la máxima delhit and kill (atropella y mata) como si de un acto reflejo se tratase. Las historias son escalofriantes. En una de ellas, un hombre llamado Yao Jiaxinatropelló a una ciclista y volvió para rematarla con un cuchillo: en dicho caso, el culpable sí fue detenido y ejecutado. Este mismo año, la conductora de un BMW pasó por encima de la cabeza de un niño y volvió a hacerlo dos veces más antes de bajarse y asegurar a la familia del bebé que si decían que su marido había sido el autor del homicidio les pagarían.


Cuando la ley hace la trampa
La ley, en teoría, debe regular la convivencia pública de manera que la opción menos moral sea castigada más duramente que la que se ajusta a la norma ética. Este es un buen ejemplo de una ley fracasada, en cuanto que fomenta comportamientos mucho más perniciosos que los que se llevarían a cabo en ausencia de la misma. Tanto más terrible cuando se trata de una máxima interiorizada por los ciudadanos de dichos países. Es el caso de un compañero taiwanés del autor, que a mediados de los 90 reconoció que “si atropellase a alguien, lo volvería a hacer y me aseguraría de que está muerto”.

No hay en sus palabras ni rastro de la compasión del que acaba con el sufrimiento del agonizante, sino más bien un pragmático “sálvese quien pueda”. Una opinión compartida incluso por aquellos que, como él, han disfrutado de una mayor formación y pertenecen a una clase social más alta, y que están de acuerdo en que el coste a pagar es tan elevado como para justificar un homicidio a sangre fría. De ahí que las leyes hayan sido revisadas: en China, la legislatura ha abogado por considerar dichos casos como asesinatos, y en Taiwán, la ley ahora acepta las denuncias civiles en representación de otras personas, incluso de aquellas muertas.

Una entrada de un blog publicada en 2010 acusaba al “régimen comunista” de ser el causante de estos terribles episodios. “El problema se encuentra en lafalta de ética del régimen”, explicaba el autor. “Muchos conductores chinos sienten empatía hacia aquellos que atropellan repetidamente. Incluso muchos medios de comunicación comparten el mismo sentimiento, pero culpan a las leyes de tráfico y a las compañías de seguros”. Obviamente, se trata de un problema ético, aunque mucho más discutible resulta que tenga que ver específicamente con el sistema comunista, como sugiere cuando dice que se debe a “las pasadas creencias de China, según las cuales la lealtad al partido es la virtud número uno, sólo que sustituyendo esta por la lealtad al dinero”. Con un problema añadido: cuando una máxima tan éticamente reprobable como esta termina por convertirse en una convención, el crimen termina pareciendo aceptable.

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