El diamante Hope, una joya maldita
De un magnético color azulado, 45 quilates (aunque era mucho mayor hace siglos) y una perfección asombrosa, el origen de este diamante es incierto. Cuenta la leyenda que adornaba una imagen de la diosa Sita en la India y que un sacerdote la robó. Ese es el principio de la maldición de la piedra, ya que el ladrón sufrió como castigo una lenta tortura hasta que murió.
Es en el siglo XVII cuando el diamante llega a Europa de la mano de un comerciante de dudosa reputación, Jean Baptista Tavernier. Poco duró en sus manos, ya que se lo vendió a Luis XIV por una desorbitada suma de dinero. Sin embargo, acabó en la ruina y huyó a Rusia, donde murió al ser atacado por una jauría de perros salvajes.
Volvamos al diamante. Luis XIV lo redujo de 112 quilates a 67, al darle una talla en forma de corazón. Y coincidencia o no, su familia menguó casi tanto como la joya. Buena parte de sus muchos hijos (legítimos o no) no alcanzó siquiera la adolescencia. Y él, aunque ya mayor, moriría casi de manera fulminante por una gangrena.
Años después, Luis XVI regalaba la joya a su esposa, María Antonieta. Y su trágico final de todos es conocido. Fue la guillotina la que acabó con sus vidas, aunque hay quien cree que la maldición planeaba sobre sus cabezas desde mucho antes de los inicios de la Revolución Francesa. Durante aquellos acontecimientos, otro miembro de la familia real, la princesa de Lamballe (a la que María Antonieta había prestado el diamante), también falleció de una manera estremecedora, apaleada por una multitud.
Durante aquella época convulsa la joya fue robada y se le perdió la pista, pero cuando se supo de nuevo de ella volverían las desgracias. Apareció en manos de un joyero holandés, Wilhem Fals, que le daría la forma que tiene hoy y que fue asesinado por su hijo, que le robó el diamante y que, por cierto, acabó suicidándose.
Más tarde lo compraría el banquero Henry Thomas Hope. Él le daría el nombre por el que hoy la conocemos y se salvaría de la maldición, aunque no sus herederos. En los años siguientes, ya en el siglo XX, la joya pasaría por varias manos y las desgracias se irían sucediendo una tras de otra. El príncipe Iván Kanitowski se lo regaló a una amante, a la que poco después asesinaba… claro que él corrió la misma suerte en manos de los revolucionarios rusos. Otro propietario, Habib Bey, se ahogó con toda su familia y el sultán turco Abdul Hamid II sería derrocado. ¿Casualidades?
A pesar de la fama que ya tenía el diamante, este llegó a manos de la familia McLean, que sufriría de manera terrible la maldición. El cabeza de familia murió alcoholizado y casi arruinado en un hospital psiquiátrico. Pero antes había visto como su hijo de 8 años sufría un atropello mortal. No acabaron ahí las desgracias, su hija falleció a causa de una sobredosis de somníferos.
El último dueño del diamante Hope sería el joyero Harry Winston, él fue quien lo donó al Instituto Smithsonian de Washington. Y es en ese lugar donde se exhibe desde finales de los años 50, perfectamente protegido. Afortunadamente, parece que ese fue el punto y final de la maldición.
¿No crees que es una historia increíble? Hay quien considera que las desgracias de los que fueron propietarios del diamante Hope no son más que casualidades. Pero también es cierto que, a pesar de su incalculable valor, seguramente más de una persona no lo querría ni regalado por temor a ser una víctima más de su leyenda negra. Y si eres de los que cree en los maleficios, entonces, además, no se te ocurra pisar la Mansión Greystone.
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