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viernes, 7 de abril de 2017

Las uñas negras “vivas” que crecieron a los supervivientes de Hiroshima

¿Qué son las uñas negras “vivas” que crecieron a los supervivientes de Hiroshima?

Desde luego si ha habido algo similar a lo que entendemos por infierno, es seguramente en lo que se convirtieron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki tras la explosión de las bombas nucleares. Un verdadero crematorio al aire libre donde ardieron vivos miles de personas a una temperatura de 3900 grados Celsius, así que te dejo imaginar cómo pudieron quedar los supervivientes de la catástrofe… Auténticos muertos vivientes, totalmente desfigurados con la carne hecha jirones colgándole literalmente de los huesos, además de mutilados, algunos ciegos, etc.
En medio de este aterrador escenario, digno de la más espeluznantes de las producciones hollywoodienses, se encontraba Yoshio Hamada un soldado de 26 años japonés que en el momento de la primera detonación se encontraba plácidamente dentro del cuartel situado tan sólo 900 metros del hipocentro de la explosión. Estaba junto a una ventana con el brazo apoyado sobre el alféizar y la mano izquierda que caía hacia el exterior. El intenso calor que producían las radiaciones consiguió derretir la carne de sus dedos perdiendo las uñas y hasta un centímetro de falange. Cuando sus múltiples heridas fueron curadas, en las puntas de los dedos le comenzó a crecer una especie de “uña” con forma de cilindro retorcido de color negro, que al cortarla sangraba profusamente y más tarde volvía a crecer manteniendo siempre ese extraño aspecto. Probablemente debido algún tipo de mutación, que afectó al crecimiento anómalo de los tejidos, provocada por la radiación. 
Obviamente esto es únicamente un detalle anecdótico de la pesadilla que debieron vivir los Hibakusha, bombardeados, un término que los japoneses empezaron a utilizar para “marcar”, aún más si cabe, a todas esas personas que lograron salvar la vida, pero que quedaron destruidas no sólo físicamente, por numerosas lesiones de todo tipo, externas e internas, sino también psicológicamente, por el horror que habían vivido y por la incertidumbre de las enfermedades que todo aquello les pudiera todavía acarrear. A todo esto se le sumó el rechazo social generalizado. La gente se apartaba al verlos llegar por el temor al contagio, como si en lugar de ser los supervivientes de una guerra, hubieran sido los supervivientes de una epidemia.

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