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domingo, 12 de febrero de 2017

La terrorífica historia del “árbol del diablo” de New Jersey

En la colina de Somerset, en el Oak Hammock Park, dentro del Municipio de Bernards en Nueva Jersey, se yergue en una amenazadora soledad un viejo roble de aspecto siniestro, con sus ramas abiertas hacia el cielo, que desde lejos asemeja a una especie de tétrico espantapájaros con sus finos brazos mecidos por el viento. Los lugareños lo llaman “El árbol del diablo” (“devil’s tree” en inglés). Y el nombre no es accidental, pues la leyenda dice que bajo sus ásperas ramas se han registrado numerosos asesinatos, rituales satánicos y otros hechos de sangre.

La historia del árbol no es precisamente idílica. Los relatos orales más antiguos de la región afirman que el árbol fue utilizado por el Ku Klux Klan de la región para “ajusticiar” a personas de raza negra o afroamericanos, colgándolos de sus ramas. Entrado ya el siglo XX los hechos de sangre no remitieron, pues también se registró el caso de un granjero que vivía en las cercanías que se ahorcó en el mismo árbol después de matar a sus dos hijos. Así, el árbol de New Jersey cargó en sus ramas con más cuerpos humanos muertos que ningún otro árbol de los alrededores, sin mencionar que supuestamente se celebraron allí rituales satánicos y que el asesino en serie Gerard John Schaefer, un ex policía conocido como “el carnicero de Blind Creek” que cometió múltiples crímenes de jóvenes a principios de la década del 70′, supuestamente violó, mutiló, ahorcó y enterró allí a dos muchachas junto al árbol, volviendo días después para cometer abominables actos de necrofilia con los cadáveres. Por ello, no fueron pocos los lugareños que afirmaban que las raíces de este árbol no se nutrían de agua, sino que de sangre. Y que su corteza y sus ramas absorbían la violencia y el terror de todos esos actos ominosos.
Las personas que han tenido el valor de acercarse al árbol también han entregado otros datos desconcertantes. Afirman que una sensación de opresión y desasosiego se apodera de ellos, como si en el ambiente se respirase la maldad, y que el árbol siempre se mantiene caliente al tacto, incluso si hace mucho frío y cae nieve, como si su madera fuera en realidad carne palpitante. Paradójicamente, el calor constante del árbol convive con pequeñas zonas frías en su corteza, de unos 2 metros cuadrados, las cuales permanecen así incluso en los meses de más calor (según el conocimiento parapsicológico, por cierto, el frío inexplicable es algo que suele acompaña a las presencias malignas). Además, se comenta que quienes han golpeado el árbol, se han burlado de él o incluso han orinado cerca de su tronco, han experimentado consecuentemente accidentes de tráfico o algún otro suceso nefasto.
Así las cosas, la pregunta más lógica es la siguiente: ¿Por qué nadie ha talado el árbol? Se comenta que en una oportunidad las autoridades municipales locales decretaron que el árbol fuera derribado, pero los trabajadores encargados de hacer el trabajo no pudieron concluir su tarea. En primer lugar, las sierras eléctricas dejaron de funcionar inexplicablemente cuando los obreros se acercaron al árbol, y después, cuando volvieron a funcionar, los dientes de las sierras se rompieron cuando intentaron penetrar en aquella endemoniada madera. Y cuando los mismos trabajadores, haciéndolo a la manera antigua, intentaron echar abajo el árbol con hachas, las hojas de metal se salieron de los mangos de madera tras los primeros golpes, por lo que finalmente se desistió de intentar talarlo. Desde entonces se asegura que el árbol del diablo tiene impreso el sello de la fatalidad y la muerte y se protege incluso a sí mismo, mandando mala suerte a quienes se atreven a ponerlo en peligro.
Con respecto al por qué de todos estos inexplicables fenómenos, algunos expertos han asegurado que este árbol, como cualquier ser vivo, simplemente absorbió las malévolas energías que se emitieron a su alrededor durante los últimos siglos, especialmente en lo relativo a los linchamientos, asesinatos y suicidios que se registraron a su alrededor. El árbol del diablo, hoy, sigue en pie en la colina Somerset de Nueva Jersey, como impávido y mudo testigo de los hechos macabros que sucedieron bajo sus ramas. Y una cinta de hierro está adosada a su tronco, para indicar a los visitantes e incautos que se alejen lo más posible de él.

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